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La sociedad paliativa, de Byung-Chul Han

Nadie ha ha diagnosticado con tanto acierto a esta sociedad posmoderna en la que vivimos como el filósofo coreano Byung-Chul Han. Sus ensayos en torno a lo que él llama “sociedad del cansancio” o “sociedad de la transparencia” clavan el diagnóstico sobre cómo nos ha cambiado la tecnología, las redes sociales, el capitalismo y el consumismo desenfrenado.

La sociedad paliativa gira en torno a los mismo temas que Han ha tratado en el pasado, pero aquí hace una disquisición sobre el dolor y nuestra relación con él. Se nota que gran parte del libro ha sido escrito durante la pandemia de coronavirus porque Han dedica gran parte del texto a hablar sobre ella y la gran histeria colectiva que hemos vivido, aceptando de buen gusto atropellos a nuestras libertades individuales bajo una absolutización de la supervivencia.

Esta “radicalización viral” explica Han que se debe justamente a nuestra relación con el dolor. Explica Han que hemos apartado el dolor de nuestra vida, lo rechazamos, huimos de él y lo evitamos a toda costa, de tal forma que somos incapaces de aceptar la existencia de un virus y somos capaces de sacrificarlo casi todo con tal de protegernos de él. Por ejemplo, nos ponemos nosotros mismos en cuarentena con el objetivo de alargar a toda costa nuestra vida, aunque esta pase a ser una vida agónica, sin sentido, vacía de significado. Se trata de prolongar la vida a toda costa, aunque esta sea una mierda.

Muy interesante es también el punto de vista de Han acerca del efecto transformador del dolor. Han defiende que no es posible ser feliz sin experimentar el dolor, considerando que esta solo es posible “en fragmentos”, y es precisamente esa dualidad entre momentos felices y dolorosos los que construyen la narrativa de una vida que vale la pena ser vivida: con sentido y significado.

Han ha hablado en anteriores obras sobre la diferenciación que hay que hacer entre “vivencias” y “experiencias”, sobre cómo las primeras no suponen nada en absoluto mientras que las segundas tienen un efecto transformador en nuestra vida por el zarandeo que nos causa. Sabemos que lo que vivimos ha sido una experiencia precisamente porque en ella sentimos algún tipo de dolor: el dolor, según Viktor von Weizsacker es la “encarnación de una verdad”, y por tanto “experimentar” es enfrentarse a alguna verdad dolorosa de nuestra vida y aprender de ella.

Han remarca que en la sociedad de la transparencia estamos llenando nuestras vidas de vivencias en vez de experiencias, viajando siempre a los mismos sitios, relacionándonos con las mismas personas y enfrentándonos a ese “infierno de lo igual” del que siempre habla, un infierno caracterizado por la positividad del “Me Gusta” y la anestesia generalizada en la que estamos inmersos, una anestesia que busca, en definitiva, mantenernos drogados, alejados del dolor y en un perpetuo bienestar sin sustancia ni contenido.

Aquello que los demás no saben de mí

Ando leyendo y descubriendo estos días al filósofo coreano Byung-Chul Han. En uno de sus libros, un capítulo se abre con la siguiente cita de Peter Handke:

“Vivo de aquello que los otros no saben de mí”

Uno de los conceptos más utilizados por Han es el de la sociedad pornográfica. En la era de las redes sociales, en la que parece que debemos compartirlo todo sobre nuestras vidas, y es más, en la que parece estar mal visto incluso no hacerlo, nuestro yo queda expuesto, desnudo ante los demás.

En la sociedad pornográfica se aboga por una exposición total en la que se elimina la ocultación, la intimidad, el misterio. Pero sabemos que este misterio es, justamente, el fuego que alimenta la atracción. El juego de la seducción consiste, básicamente, en el juego de la ocultación, de la máscara. Son miradas esquivas, insinuaciones, lo que se dice con los actos y lo que no se dice con palabras, la demora intencionada y juguetona del placer, la construcción de una narrativa, el reconocimiento del otro, la alteridad.

Frente a la mirada penetrante, frente a la obsesión de hacerlo todo transparente, Nietzche defiende la apariencia, la máscara, el secreto, el enigma, el ardid y el juego: “Todo lo que es profundo ama la máscara; las cosas más profundas de todas sienten incluso odio por la imagen y el símbolo”.

Byung-Chul Han en La Sociedad de la transparencia

Todo esto se elimina en la sociedad pornográfica. Han expone, con toda la razón, que la revolución digital en la que estamos inmersos ha acabado con la seducción, con el eros, con el amor e incluso con el sentido del tiempo, que se muestra acelerado, sin pausa, en una constante búsqueda por rellenar nuestras vidas de cosas que hacer, que acaben con el vacío existencial que la mayoría hemos experimentado en algún momento de nuestras vidas.

Así, nuestras vidas transcurren en una loca carrera por la búsqueda de lo que él llama vivencias, que no son más que un encuentro con uno mismo, con lo igual, frente a las experiencias, que son el encuentro con lo distinto, y que por lo tanto tienen un efecto transformador en nuestras vidas.

La teoría de Han es totalmente convincente porque la podemos identificar a nuestro alrededor: ya solo sabemos ligar a través de Tinder, una herramienta que nos obliga a poner todas las cartas sobre la mesa desde un buen principio, y en la que se trata de vendernos a los demás, ofreciendo una imagen impoluta, que no incomode a nadie, que trata de agradar, se amolda a los demás y, por lo tanto, no ofrece resistencia.

Lo podemos ver también en Instagram, una colección de selfies y fotos perfectas en las que desaparece el punctum del que hablaba Barthes. No hay en esas imágenes una narrativa, un significado que nos impacte, que nos revele una nueva y desconocida realidad o un reflejo de una experiencia transformadora, sino únicamente un autoretrato narcisista que busca, nuevamente, venderse en un mercado que exige rendimiento y transparencia, y que prescinde de todo obstáculo, contrariedad o alteridad.

Lo vemos también en muchas parejas a nuestro alrededor, en cómo tratan de poseer, de controlar, de saberlo todo y a todas horas sobre el otro. No hay amor real, pues el amor implica reconocer al otro en toda su intimidad y diferencia. El amor en tiempos de Tinder no es más que un burdo intento de amoldar al otro, no busca identificar y engrandecer la diferencia entre pares, sino que trata de crear una copia de uno mismo.

Así pues, aquello que los otros no saben de mí se convierte en el último refugio donde las relaciones verdaderamente significativas pueden prosperar. El amor, el sexo e incluso la amistad necesitan de un componente básico que estamos perdiendo en el camino hacia lo digital: intimidad, privacidad, misterio y sombra.

Viaje a Grecia

Grecia es un país que llevaba ya algunos años con ganas de visitarlo. No solo por su papel en la historia de la humanidad sino por todo lo que había leído sobre sus playas, su comida y su gente. Cuando yo y mi amigo Pablo planteamos la idea de hacer un viaje este verano yo tuve claro que Grecia era mi destino favorito. Pablo apostaba por Bulgaria, pero finalmente le convencí.

Pablo me convenció a mí, por otra parte, de hacer el viaje algo improvisado, sin billete de regreso y sin reservar alojamientos. Como ambos tenemos libertad para irnos de viaje cuando queramos y el tiempo que queramos, decidimos comprar únicamente el vuelo de ida, y reservar únicamente las dos primeras noches en Atenas. A partir de ahí, iríamos viendo sobre la marcha donde nos apetecería ir y donde pasar la noche.

No tuvimos problemas con eso, aún siendo verano, y encontramos alojamientos libres y baratos en todos los pueblos y ciudades a los que fuimos. No sabíamos muy bien donde iríamos y lo que veríamos, aunque yo sí tenía señalados algunos destinos fijos: tenía muy claro que quería visitar Meteora al atardecer, que quería ir a Santorini y que quería ir a Creta. A partir de ahí, sobre la marcha, en función de lo que nos apeteciera y dejándonos también aconsejar por los locales.

Grecia es realmente un país que vale la pena visitar. La mayoría de los griegos son gente amable y abierta, y tienen un carácter parecido al nuestro, en el sentido que llevan una vida relajada, sin mucho estrés. También tiene parajes naturales de una gran belleza, playas increíbles que están entre las mejores del Mediterráneo, pero también zonas de montaña. Por supuesto, también yacimientos arqueológicos, destacando por encima de todos el Acrópolis de Atenas, que es verdaderamente impresionante.

He apreciado también que Grecia se ha vuelto a poner de moda. Hemos visto mucho turista español y me he encontrado con mucha gente que también ha ido a visitarla este verano. El país se está rehaciendo poco a poco de una crisis que ha sido especialmente cruel con ellos. Los hoteles son algo más baratos que en España, y los restaurantes son, de media, un 50% más baratos que en España. Se puede comer muy bien en Grecia, y por menos dinero que en España. El resto de servicios, como alquiler de coche o transporte público, cuestan lo mismo que en España, y algo que sí es más caro en Grecia es la gasolina, con unos 30 céntimos por litro más cara que en España.

Partimos de Barcelona el 28 de Junio, en un vuelo de Aegean Airlines que salía de El Prat a la 1:30 y que llegaría a Atenas a las 5:30 hora local. Así pues, en Atenas es donde comenzó nuestro viaje.

Atenas

Llegamos a Atenas con la idea que la mayoría tienen de esta ciudad, que es la de pasar el menor tiempo posible en ella, por lo que solo habíamos reservado dos noches. Lo cierto es que Atenas es una ciudad más interesante de lo que parece a simple vista. Es verdad lo que se comenta que es una ciudad caótica y con un aspecto algo decadente, pero también es acogedora a su manera.

Nos alojamos en el Lozanni, un cuchitril que deja mucho que desear en cuanto a condiciones de higiene y salubridad, y que además está ubicado en un barrio lleno de drogadictos y prostitutas, así que nuestra primera toma de contacto no fue la mejor. Tras descansar un poco del vuelo y dejar las maletas en la habitación nos fuimos paseando hacia el centro de la ciudad, y conforme nos acercábamos al centro la ciudad iba mostrando cada vez más su mejor cara.

Lo mejor de Atenas son los barrios de Monastiraki y Plaka, ambos situados bajo la dominante figura de la Acrópolis. Son barrios muy turísticos, pero con mucho encanto. Monastiraki es un algo así como el barrio comercial de Atenas, y está repleto de tiendas y también restaurantes, además de un mercadillo muy al estilo de los zocos árabes. Por su parte, Plaka es el barrio más antiguo de Atenas, y se caracteriza por sus callejuelas estrechas, repletas de restaurantes de comida griega que están siempre a rebosar de turistas.

A pesar de la masificación turística, como ya digo, son barrios con mucho encanto, y es un placer pasear por ellos. Algo que llama mucho la atención de Atenas, y de Grecia en general, es ver a los locales tomando café en las terrazas de los bares. Leí en alguna guía que tomar café era el deporte favorito de los griegos y es tal cual, y además lo hacen a cualquier hora del día.

El primer monumento que visitamos fue el estadio Panathinaikó. Lo encontramos de casualidad mientras callejeábamos, y a mi amigo Pablo le impactó muchísimo ver semejante mamotreto en medio de la ciudad. Este estadio fue sede de la primera edición de los Juegos Olímpicos de la era moderna, en 1986, y tiene la particularidad de estar construido completamente de mármol, además de haber sido reconstruido sobre los restos de otro estadio, uno de los más antiguos del mundo.

Viaje a Grecia: Estadio Panathinaiko

Hay que reconocerle a Pablo que tenía razón, y valió la pena pagar la entrada y la audioguía para verlo por dentro y saber algo más de su historia. El estadio es espectacular arquitectónicamente, pero también lo es imaginar cómo debe ser este estadio cuando se celebran eventos y está a rebosar de gente. De hecho, se han celebrado conciertos (aquí ha tocado Bob Dylan, Tina Turner y Depeche Mode), pero también competiciones deportivas, como la final de la maratón de los Juegos de Atenas en 2004.

Aquella misma tarde hicimos un Free Tour en español, un recorrido que nos llevó durante 3 horas por el arco de Adriano, el templo de Zeus, el estadio Panathinaikó (que ya habíamos visitado nosotros), la casa del presidente y el primer ministro de Grecia, la plaza Sintagma y el parlamento griego, con el famoso cambio de guardia de los Evzones.

Terminado el Free Tour nos fuimos a la colina de Filopappos, un punto con unas vistas maravillosas de la Acrópolis, y que de noche es realmente espectacular. Acabamos la noche en uno de los muchos restaurantes de Plaka, con música en directo y gente bailando, en el ambiente más puramente griego que uno se pueda imaginar.

Viaje a Grecia: La Acrópolis desde Filopappos

Al día siguiente ya fue hora de visitar la Acrópolis. He de decir que no iba con muchas expectactivas porque no soy muy de visitar ruinas, y tenía miedo de que estuviera plagada de turistas. Lo cierto es que a la hora a la que fuimos, sobre las 6 de la tarde, no había tanta gente, y la Acrópolis me impresionó mucho más de lo que esperaba.

Situada en lo alto de una colina justo en el centro de la ciudad, la Acrópolis cumplía con una función defensiva y de culto, con varios templos dedicados a dioses griegos. Es sabido por todos que es uno de los monumentos más visitados del mundo, y después de visitarla puedo decir que con razón. Ya la entrada a los Propíleos es espectacular, y tanto yo como Pablo coincidimos en que es precisamente lo mejor de la Acrópolis. Es de una magnificiencia que corta el aliento, y desde el punto de vista más técnico de un arquitecto como Pablo, es una lección  grandiosa de arquitectura.

Viaje a Grecia: Propileos de la Acrópolis

El Partenón es también impresionante. Es una lástima el estado semi-ruinoso en el que se encuentra, pero aún así es una pasada verlo, y más con esa luz crepuscular del atardecer con la que pudimos disfrutarlo. Sé que suena a tópico, pero realmente se puede sentir el peso de la historia en esas rocas. De todos los monumentos de la era antigua que he podido ver, la Acrópolis es el más impresionante de lejos, un lugar privilegiado y uno de los grandes legados de nuestra historia.

Viaje a Grecia: Partenón

Desde las colinas de la Acrópolis también hay unas buenas vistas del Odeón de Herodes Ático, un teatro acondicionado actualmente para representaciones y actuaciones musicales. El festival de Atenas, de mayo a septiembre, se celebra aquí. La Acrópolis también permite disfrutar de unas vistas impresionantes de toda la ciudad de Atenas.

Viaje a Grecia: Odeón de Herodes Ático

Nos habían recomendado también visitar el Ágora romana, pero no nos quedaba mucho tiempo y pensamos que con la Acrópolis ya teníamos suficientes rocas por unos días, así que cenamos en otro restaurante en el barrio de Plaka y nos fuimos al hotel a descansar, antes de iniciar nuestro road trip por el interior de Grecia.

Interior de Grecia y Peloponeso

Con un coche alquilado en la oficina de Goldcar cercana al aeropuerto iniciamos nuestro viaje de 8 días por el interior de Grecia. Hay que decir que todo lo que se dice sobre la conducción de los griegos es cierto: están muy grillados, no respetan los límites de velocidad y siguen una máxima: yo paso, y los demás que se aguanten. Además, tienen la costumbre de convertir carreteras de dos carriles en cuatro carriles, ya que usan el arcén como un carril derecho y dejan el centro de la vía para que otros coches adelanten. En definitiva, un desastre, pero en un par de días le coges hasta la gracia y te acostumbras, y acabas conduciendo como ellos. Si vas atento y con mil ojos puestos en la carretera, no tiene por qué pasar nada.

Nuestro primer destino era Meteora. Desde que vi un reportaje fotográfico en una revista hace muchos años que quería visitar Meteora. Se trata de un conjunto de monasterios ortodoxos edificados encima de montículos rocosos. Son un total de 6 monasterios, y el conjunto está declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco.

Viaje a Grecia: Meteora

Para visitar Meteora se puede seguir un recorrido por carretera de unos 17 km, e ir parando en cada uno de los monasterios. El lugar es verdaderamente impresionante, y cuesta encontrarle explicación al por qué decidieron construir esos monasterios en un lugar tan inaccesible. Imagino que por recogimiento espiritual. Pablo definió el lugar como muy espiritual y estoy de acuerdo, aunque no seas religioso Meteora transmite paz y conecta con tu lado más espiritual.

Pero lo mejor de Meteora es su atardecer, conocido como uno de los más bonitos del mundo. Todas las guías recomienda el mirador de la conocida como Sunset Rock, pero nosotros paramos en un mirador que hay antes, con vistas a todo el valle y al monasterio de San Nicolás. El atardecer que pudimos disfrutar allí es uno de los momentos cumbre del viaje y un recuerdo que me llevo para toda la vida. La vista era simplemente acojonante, la paz que se respiraba nos dejó sin aliento y la luz del atardecer era realmente gloriosa. Las fotos no le hacen justicia a la belleza del momento.

Viaje a Grecia: Atardecer en Meteora
Viaje a Grecia: Atardecer en Meteora

Nos alojamos en el Guesthouse Arsenis, un hostal cercano a la carretera que lleva a los monasterios. El lugar es escantador, limpio y cómodo, pero el dueño es un ser insufrible, extremadamente pesado y maleducado, así que os recomiendo que os lo penséis dos veces antes de alojaros ahí, y si lo hacéis, id con la disposición de decirle que nos os interesan sus opiniones sobre el Barça, Madrid o la política española y que os deje en paz.

El siguiente punto en la ruta era el pequeño pueblod e montaña de Monodendri, pero de camino paramos a comer y dar un paseo improvisado en Ionanina, una encantadora ciudad al borde de un lago, y por lo que se ve es un destino familiar y frecuentado por los griegos. Ya en Monodendri dejamos las maletas y descansamos un rato en el hotel Ladias, un hotel muy confortable y limpio y regentado por una gente muy maja que nos dejó ver el lamentable partido que se cascó España contra Rusia.

Tras el partido cogimos el coche y nos fuimos a uno de los miradores que hay de la garganta de Vikos, una de las gargantas más profundas del mundo (según el libro Guiness la más profunda, con un ratio de profundidad y anchura de 900 metros). La idea era hacer al día siguiente una ruta por la garganta, pero nos confundimos al tomar uno de los múltiples desvíos que hay en el camino y no pudimos hacerla entera, así que tuvimos que volver a Monodendri al mediodía.

Viaje a Grecia: Garganta de Vikos

No sabíamos por donde proseguir la ruta, y es que contemplábamos la posibilidad de ir a la isla de Corfú, o bien tirar ya hacia el sur en dirección al Peloponeso. Optamos por esta segunda opción y acabamos haciendo noche en Lefkada, una pequeña islita accesible por carretera. Ni Pablo ni yo habíamos oído hablar antes de Lefkada, pero fue todo un acierto. Es una isla encantadora, de ambiente muy relajado, con un aire algo hippie incluso. Fuimos a contemplar el atardecer en la playa de Vasiliki, en el extremo sur de la isla, y cenamos en un restaurante increíble llamado Batzanakias, donde comimos unos platos con pasta y carne deliciosos y por poco dinero.

Al día siguiente nos armamos de paciencia e hicimos un largo viaje ya a través del Peloponeso hasta Olimpia. Allí visitamos las ruinas de lo que fue la sede de los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia. La verdad es que el lugar no nos impresionó, ya que el estado es ruinoso y solo se ven piedras en el suelo y alguna que otra columna o edificio apenas sostenido por cuatro paredes. A no ser que seas arqueólogo o historiador y le eches mucha imaginación, es un lugar prescindible. Lo que sí disfrutamos un montón fue la dorada que nos prepararon en la Taverna Orestis, sin exagerar el mejor plato de pescado que he comido en mi vida.

Viaje a Grecia: Taverna Orestis

Tuvimos suerte alojándonos en el Mellia Rooms, un Guest House donde no había nadie, así que teníamos la casa para nosotros solos. La villa que se ha edificado en torno a las ruinas de Olimpia es muy tranquila a pesar de ser turística, y la verdad es que pasamos una tarde-noche muy tranquilos y relajados.

Al día siguiente no sabíamos para donde tirar. Tras la experiencia de Olimpia teníamos claro que no queríamos más ruinas por el momento, así que descartamos ir a Delfos y optamos por ir a la playa, que ya tocaba. Así pues, reseguimos la costa del Peloponeso rumbo suroeste, hacia la playa de Voidokilia, una de las más conocidas del Peloponeso. Es una playa preciosa, ubicada en una especie de bahía muy pequeña, con una arena finísima y un agua cristalina. Días más tarde me enteré que por allí estaba Cristiano Ronaldo de vacaciones, en un complejo cercano llamado Costa Navarino.

De camino paramos en Marathopoli, otro pueblo encantador “typical Peloponeso”, con un montón de restaurantes donde se come de lujo por poco dinero, donde te atienden estupendamente y donde no había mucho turista. Una cosa que me sorprendió del Peloponeso es que había mucho menos turismo de lo que me imaginaba, y el que había era, sobre todo, local. Algo me dice que el turismo extranjero se concentra en las islas griegas y pasa del Peloponeso, y es una pena porque se están perdiendo un lugar lleno de encanto y repleto de pequeñas calas y playas que no tienen nada que envidiar a las mejores de las islas griegas. Un ejemplo de esto que digo lo tienes en esta foto que me echó Pablo, donde me puedes ver a mí tumbado en un bar tomando un café a las 4 de la tarde. Como ves, el bar estaba vacío y solo estábamos nosotros, algo impensable en cualquier otro lugar de Grecia.

Viaje a Grecia: Marathopoli

Ya por la tarde cruzamos media península del Peloponeso para ir a Nauplia. Yo era partidario de pasar algún día más por el sur del Peloponeso, pero Pablo me convenció de ir a Nauplia y pasar 3 días allí tranquilamente. Vino bien, porque ya estábamos un poco hartos de tanto coche y de hacer noche cada día en un lugar distinto.

Nauplia es otro de los tesoros escondidos del Peloponeso. Es una ciudad de medio tamaño, que en su momento llegó a ser capital de Grecia pero que ha ido perdiendo importancia política y población. Ahora es casi un pueblo, muy acogedor, con un ambiente muy relajado, con mucho turismo pero de tipo familiar, y con numerosos restaurantes y tiendas que se distribuyen en un pequeño casco antiguo muy bonito y un largo paseo marítimo.

Viaje a Grecia: Nauplia

La primera noche en Nauplia dormimos en un hotel de la ciudad, pero las dos siguientes nos alojamos en los apartamentos Meraki, que tienen una piscina con butacas y un bar al lado, así que pasamos dos días bien relajados. Por supuesto nos dio tiempo de hacer otras cosas, como visitar el teatro de Epidauro.

A Pablo le apetecía mucho ver este teatro, uno de los mejor conservados del mundo y cuya acústica sigue siendo impresionante incluso para los estándares de hoy. Días antes habíamos comprado entradas para ir a una de las obras de teatro que se representan a lo largo de todo el verano. A la llegada, nos sorprendió ver a tantísima gente, turistas pero también griegos, todos muy bien vestidos y arreglados. Se ve que allí las obras que se siguen haciendo en Epidauro son muy populares y son un evento por todo lo alto.

El teatro es una verdadera pasada. Se conserva muy bien, el emplazamiento es una maravilla y la acústica es tan excepcional como se indica en las guías de turismo. En un momento durante la obra, los actores cuchicheaban entre ellos, pero desde los asientos en las gradas más altas se podía escuchar perfectamente sus voces. Realmente prodigioso. Es una pena que la obra resultara tan aburrida, ya que se representaba en griego, y los subtítulos en inglés los ponían en una pantalla en la grada, con lo que resultaba imposible seguir la obra y leer los subtítulos al mismo tiempo. Aún así, valió la pena estar allí por lo increíble que es el lugar.

Viaje a Grecia: Epidauro

Epidauro fue un colofón perfecto a nuestro “road trip” por el interior de Grecia. El día siguiente dejaríamos el Peloponeso para coger un Ferry en el puerto de El Pireo y dirigirnos a Santorini.

Santorini

Santorini era uno de los destinos que llevaba tiempo queriendo visitar. Todos tenemos en mente la típica postal de Santorini, con las casa blancas y tejados azules asomándose a un precipicio que da al mar, con la luz del atardecer dibujando una postal idílica. Esa era la imagen que yo también tenía, pero he de confesar que la isla me decepcionó por completo.

Pasan dos cosas con Santorini: está a reventar de turistas, y la isla es fea de cojones, por qué no decirlo. Se trata de una isla volcánica, donde solo hay rocas, apenas hay vegetación y las playas que tiene son de arena negra y piedras. Es verdad que los pueblos de Oia y Thira son muy bonitos, pero pasear por ellos al mediodía en verano es un suicidio debido al calor, aparte de la cantidad ingente de turistas que hay.

Viaje a Grecia: Oia

La llegada a la isla tampoco hacía presagiar nada bueno. El viaje en Ferry fue estupendo y muy confortable, a pesar de ser un trayecto largo (casi 8 horas), pero llegamos a la 1 de la noche y nos dio por alquilar un coche en una de las “agencias” que operan en el diminuto puerto de Thira. El coche que nos dieron era una tartana de mucho cuidado, que rugía con un sonido infernal cada vez que cambiábamos de marcha, y que dudo que aquí en España pasase ni tan siquiera la ITV. Pero con aquel coche visitamos la isla. Una cosa que debes tener en cuenta si vas a Santorini es que la gasolina es aún más cara que en Grecia. Por suerte la isla es pequeña y no se necesita repostar con frecuencia.

De la isla, los pueblos más bonitos son Thira y Oia, pero como ya digo es tal la cantidad de gente que hay, y es tanto el calor que hace en pleno mes de Julio, que es difícil disfrutar en esas condiciones. Lo que sí me sorprendió fue el pueblo de Imerovigli. En esencia es casi un calco de Oia, con esas casas blancas tan particulares, pero no hay tanta gente, y además reúne varios restaurantes y hoteles de lujo, con piscinas infinitas asomando al precipicio en un ambiente de relax y de lujo absoluto, el típico sitio donde pasarías una luna de miel. El atardecer desde las calles de Imerovigli nos gustó tanto que acabamos repitiendo al día siguiente, parando a cenar en uno de los restaurantes con terraza, y que además no era excesivamente caro.

Viaje a Grecia: Imerovigli

Pudimos ver el faro de Akrotiri y por el camino obtener una vista de la caldera de Santorini, cuya historia es apasionante porque se formó tras una erupción tremenda (se cree que fue la que arrasó la civilización minoica de Creta). Hicimos el intento de visitar la playa roja, pero era tal el colapso de coches y gente que iba a verla que se nos quitaron las ganas y dimos media vuelta inmediatamente. Como alternativa, nos dio por subir en coche hasta el monasterio de Moni Profitou Iliou, en lo alto de la colina más alta de Santorini, pero ni el monasterio ni las vistas de la isla que se tienen desde allí son destacables.

También visitamos la playa de Perivolos, que es de las menos transitadas de la isla, pero el agua está siempre muy revuelta y no es muy apetecible para bañarse. Yéndonos de Perivolos y buscando un restaurante para comer dimos con la taberna de Dimitris, cuyo dueño es un hombre muy peculiar y simpático que nos dio material de sobras para todas las bromas y chascarrillos que hicimos el resto del viaje.

No hay mucho más que contar de Santorini. Aún siendo solo 3 días lo que estuvimos, se nos hizo larga la estancia, así que el resto del tiempo lo pasamos descansando y bañándonos en la piscina del Roula Villa, nuestro hotel. Decidimos que no queríamos visitar ninguna otra isla y que iríamos directamente a Creta. En el Ferry, la isla quiso compensarme de alguna manera mi decepción, regalándome una bonita postal de Oia y Thira, vistas desde la caldera.

Viaje a Grecia: Caldera de Santorini

Creta

Creta fue sin ninguna duda lo mejor del viaje. Esta isla, conocida en la historia por ser la cuna de la primera civilización europea en la Edad del Cobre y del Bronce, es un resumen concentrado de lo mejor de Grecia: playas increíbles, gente super amable, comida deliciosa y un ambiente relajado que te contagia por completo. Nos gustó tanto Creta, que cambiamos nuestra idea inicial de pasar solo 7 días, y al final alargamos la estancia hasta los 10 días.

Creta es una isla bastante grande, por lo que decidimos alquilar coche, aunque nos centramos sobre todo en la parte oeste de la isla, que es donde están la mayoría de sitios de interés. El Ferry nos dejó en Heraklion, y desde allí fuimos hacia Chania, pero haciendo antes una parada en la ciudad de Rétino. Esta ciudad no suele venir destacada en las guías, pero es una ciudad encantadora, con un núcleo urbano de calles estrechas, repletas de restaurantes y comercios de artesanía y productos locales. Vale la pena parar, comer y echar una tarde o una mañana en Rétino.

Chania es muy similar a Rétino. Su núcleo urbano es parecido pero más grande, y más turístico. Aún así, en la ciudad se respira un ambiente muy relajado, las terrazas están repletas de gente tomando café durante el día y unas copas por la noche. El ambiente nocturno en Chania es en mi opinión el más bonito de toda Grecia, con clubes y bares nocturnos donde ponen buena música y donde te encuentras a gente joven pero nada de borracheras, drogas o fiestas hasta las tantas.

Viaje a Grecia: Chania

Nos gustó tanto Chania que decidimos echar el ancla allí: primero, una noche en unos apartamentos en un pueblo cercano, y después 3 días en Villa Achilleas, una casa entera en un pueblo del interior de Creta, en Kissamou, a 30 minutos en coche de Chania. Desde allí visitamos los principales puntos de interés de la zona Oeste de Creta, como la playa de Balos, dos bahías separadas por un brazo de arena, con aguas cristalinas y poco profundas, y eso sí, muchísima gente. No obstante, merece la pena ir, porque la playa es realmente una pasada.

Viaje a Grecia: Balos

Otra playa recomendable es la de Elafonisi, en el extremo suroeste de Creta. Elafonisi es aún más bonita que Balos, y recibe menos gente. Como contrapartida, es una zona donde suele hacer mucho viento, y el agua está más fría que en el norte. A pesar de estos dos factores, echamos una tarde estupenda en Elafonisi.

Viaje a Grecia: Elafonisi
Viaje a Grecia: Elafonisi
Viaje a Grecia: Elafonisi

Uno de los momentos del viaje lo vivimos en el Grambousa restaurant. La dueña de la Villa Achilleas nos avisó por WhatsApp de que este restaurante celebraba su 12º aniversario, ofreciendo comida gratis y música y bailes en directo. Cuando llegamos allí no esperábamos lo que vimos. El restaurante estaba a rebosar, pero lo que más me impresionó fue la comida. Habían montado tres buffets libre, uno con comida, otro con bebidas y otro con postres. La comida que daban gratis estaba buenísima, no eran aperitivos, era comida tradicional elaborada, y podías comerla en una mesa como cualquier otra persona que hubiese reservado mesa aquella noche. El ambiente era impresionante, lleno de gente de todas las edades cantando y bailando. Fue un momento de felicidad absoluta, un recuerdo imborrable que resume para mí el espíritu de Creta, la amabilidad de sus gentes y ese ambiente de goce y disfrute de la vida que en muy pocos sitios he podido experimentar de una manera tan fuerte.

Otro lugar que hay que visitar en la zona Oeste de Creta es la garganta de Samaria. Es la garganta más larga de Europa, y una ruta a pie te lleva durante 16 km desde lo alto de la garganta hasta la pequeña aldea de pescadores de Agia Roumeli, ya en el mar de Libia. Hacer el recorrido de ida y vuelta es una locura, así que lo que suele hacer la gente es coger un ferry en Agia Roumeli que te lleva hasta Sougia, desde donde parten un montón de autobuses hacia otros puntos de Creta.

Viaje a Grecia: Garganta Samaria

La ruta no es difícil, pero al ser todo el camino de bajada es exigente con las rodillas. Durante el camino hay varias fuentes, pero de todos modos hay que llevar mucha agua en la mochila si es verano, porque el sol aprieta y el calor es por momentos insoportable. No obstante, el paisaje recompensa el esfuerzo, sobre todo en la última parte del recorrido, cuando la garganta se estrecha y llegas a lo que se conoce como las “Puertas de Hierro”.

Viaje a Grecia: Garganta Samaria
Viaje a Grecia: Garganta Samaria

Tras 7 días en la zona oeste de Creta decidimos alargar otros 3 días la estancia en la isla, para visitar parte de la zona este. La ruta nos llevó por una carretera que cruza la zona sur de la isla, visitando pueblos como Mátala, Myrtos y Ierapetra, para acabar en Agios Nikolaos. El lugar más destacable en mi opinión fue Agios Nikolaos, un bonito pueblo costero que tiene un lago de agua del mar, y donde alrededor de él se concentran un montón de bares y restaurantes. Uno de ellos es el Karnagio, un restaurante donde sirven una comida buenísima, dentro de una carta muy variada y con precios muy razonables.

Agios Nikolaos fue el final de nuestra ruta por Creta y de nuestro viaje por Grecia. Al día siguiente nos dirigiríamos a Heraklion, desde donde cogeríamos un vuelo hacia Sofía, Bulgaria, aprovechando que los vuelos desde Atenas a Sofía están tirados de precio. Allí pasaríamos 4 días (Pablo algunos más) antes de regresar a Barcelona. Habíamos pasado casi un mes en Grecia y nos despedíamos de ella con tristeza, algo de nostalgia anticipada y con el pensamiento de que volveríamos más pronto que tarde.

American Beauty, la película de mi vida

La mayoría de nosotros tenemos algún libro, película, canción u obra de cabecera, a la que acudimos cada cierto tiempo y nunca nos cansamos de ella. Para mí, esa película es American Beauty, una película que me pilló en un momento de mi vida en el que me sentía muy vulnerable, y que consiguió calarme hasta los huesos un mensaje vital que intento tener presente cada puñetero día de mi vida.

American Beauty habla de un tema recurrente en el cine y en la vida: la incapacidad de ser felices en un mundo dominado por las convenciones sociales. Resulta paradójico que fuese Sam Mendes, un europeo, quien hiciera una de las mejores radiografías que se han hecho nunca acerca del “american way of life“, el sueño americano. No obstante, esta no es una película solo para yankees, sino que tiene un carácter universal, pues los temas que trata nos interpelen a todas las personas que vivimos en lo que llamamos “sociedades occidentales”.

American Beauty comienza con un breve e inquietante preludio en el que vemos a una chica confesar ante una cámara de vídeo que le gustaría matar a su padre. A continuación las primeras imágenes del film son unos planos aéreos del típico barrio residencial de Estados Unidos, con casas unifamiliares con jardín habitadas por matrimonios felices, con buenos trabajos e hijos modélicos, sofás de seda y coches aparcados en el garaje. Sin embargo, rápidamente la cámara se adentra en una de esas casas, la de la familia de Lester Burnham. “Look closer” era el rezo publicitario con el que se promocionó la película, y eso es lo que hace exactamente American Beauty, nos invita a mirar más de cerca esa realidad para darnos cuenta que es pura fachada.

Lester empieza a hablar con una voz en off y arranca con una confesión sorprendente: nos comunica que va a morir, y todo lo que se va a narrar es lo que ha ocurrido antes de su muerte. En ese momento sabemos que la grabación que hemos visto al principio es el de hija de Lester, por lo que el espectador ya intuye desde ese mismo momento que algo turbio está a punto de ocurrir. Lester nos cuenta que no es feliz, a pesar de vivir en una casa en un lujoso barrio residencial, tener dos coches, mujer e hija: está frustrado profesionalmente, su esposa es una mujer vulgar y aburrida, su hija le odia y apenas se habla ya con ella, y su único momento de felicidad diaria es cuando se masturba cada día por la mañana. A partir de ahí, dice Lester, su día va a peor.

Sin embargo, un día conoce a Angela, la atractiva amiga de su hija, y a partir de ese momento se obsesiona con ella. Angela es la viva imagen de la belleza y la inocencia, y representa para él todo aquello que ha perdido en su tránsito a la vida adulta. Angela es una “Lolita” que actúa como motor del cambio en Lester, que asume su fracaso vital y decide revertir la situación, convirtiéndose en un rebelde que deja su trabajo, comienza a hacer ejercicio, fuma marihuana y, lo más importante, empieza a ser descarnadamente sincero con los que le rodean.

American Beauty

American Beauty acierta de pleno en su radiografía de un modelo de vida autoimpuesto en el que formar una familia y trabajar para consumir representa una imagen del éxito. Es una crítica a la hipocresía y vacuidad de un ideal de vida que no es solo norteamericano sino que se ha extendido al mundo entero. American Beauty está ambientada en Estados Unidos, pero sus personajes son universales y los podemos reconocer en nuestro día a día: gente que parece tenerlo todo en la vida pero que, sin embargo, no son felices. Los vemos a diario yendo a trabajar amargados en el metro, los vemos a diario cuando oímos a los vecinos discutir por gilipolleces, lo vemos a diario con amigos subiendo fotos en las redes sociales aparentando ser felices cuando en realidad se sienten miserables pues, tal y como dice uno de los personajes en la película, “para tener éxito hay que proyectar una imagen de éxito”.

“Mi trabajo consiste básicamente en ocultar mi desprecio por los cerdos de dirección, y al menos una vez al día meterme en el lavabo y cascármela, mientras sueño con vivir una vida que no se parezca tanto al infierno.”

Lester Burnham

El diseño de los personajes es extraordinario. Cumpliendo patrones universales, cada uno representa distintas personalidades. Está el hombre inmerso en plena crisis de los 40, está su mujer histérica y controladora, está la hija insegura que quiere agrandarse los pechos para parecerse a su amiga sexy triunfadora, y el chico raro y friki del instituto que tiene un padre fascista y autoritario… Una de las críticas frecuentes a American Beauty es que estos personajes se nos describen casi de forma caricaturesca. Sin embargo, es algo que está buscado desde el guión. Ese brochazo gordo a la hora de dar cuerpo psicológico a los personajes es un arma con la que juega el guionista, Allan Ball, para dibujar la evolución de los personajes a lo largo de la historia. Así pues, en un inicio los personajes son ridiculizados, diría que de forma hasta salvaje, pero al final, y cuando ya todos los acontecimientos estallan y confluyen en el momento que se nos ha anticipado desde el comienzo, se les acaba recobrando la dignidad.

American Beauty

El guión es magnífico, sensacional. El drama y la comedia se suceden continuamente en torno a conversaciones hilarantes pero muy profundas en su esencia. Nada es gratuito en American Beauty, pues cada frase esconde dentro de si una profunda reflexión sobre la hipocresía y superficialidad de las relaciones sociales, además del materialismo y el absurdo que supone preocuparnos más por los objetos que por las personas que nos rodean, como en esa fantástica escena en la que Lester y Carolyn están a punto de tener sexo después de mucho tiempo pero ella rompe la magia al decirle a Lester que va a manchar el sofá con la cerveza que lleva en la mano.

Especialmente brillante es también el archiconocido (y parodiado) monólogo del personaje de Wes Bentley acerca de una bolsa de plástico que baila al son del viento, y la metáfora que emplea acerca de la belleza que se esconde en las pequeñas cosas de la vida. Aunque algo pretencioso, ese discurso expresa el sentido de la película, y es que la belleza no está en ningún lugar concreto al que debamos partir en su busca, sino que la belleza es algo cotidiano que nos rodea, solo que somos incapaces de verla porque estamos ciegos.

La dirección de Sam Mendes es maravillosa, sobre todo teniendo en cuenta que esta es su ópera prima. La narración es un ejemplo de ritmo y la puesta en escena es tremenda, con una plasmación visual brillante en la que Conrad L. Hall juega constantemente con las luces y las sombras o la posición dominante o sometida de los personajes para realzar el carácter de cada uno de ellos. También es una película que juega con los simbolismos de forma magistral, por ejemplo con el uso constante del color rojo, que anticipa y conecta todo lo que sucede en la parte final, o la presencia frecuente de las rosas, en concreto una variedad que se llama como la misma película, American Beauty, también conocida como “falsa belleza” por estar cultivada artificialmente, remarcando de manera sutil el mensaje de la película.

Aún con todo esto, su mayor logro es resultar entretenida sin dejar nunca de resultar profundamente dramática, y la progresión de los estados de ánimo que se van sucediendo casi de manera frenética la convierten en una montaña rusa de emociones, en la cual tras una carcajada siempre hay un deje de tristeza. La sensacional, mágica y ya mítica banda sonora de Thomas Newman, que a partir de entonces se convirtió en un habitual en el cine de Mendes, acaba de conferir al conjunto una atmósfera de desatada melancolía y un hipnotismo absolutamente cautivador.

Las actuaciones, por otro lado, son brillantes, y están más allá del elogio. Kevin Spacey se come la pantalla a bocados, realizando una actuación absolutamente memorable (y multipremiada); Annette Bening en su papel de esposa irritable cumple a la perfección, sobre todo en el tramo final de la película, y los secundarios dan un auténtico recital, sobretodo Wes Bentley interpretando a Ricky Fits, ese joven enigmático que se enamora de la hija de Lester y que es otra de las bisagras de la historia. Mena Suvari, en su papel de “Lolita”, está para comérsela entera.

American Beauty

El mensaje que lanzan Allan Ball, el guionista, y Sam Mendes, el director, cala de una manera de las que pocas películas pueden presumir. El espectador se siente identificado con Lester y su cruzada por alcanzar la felicidad. La catarsis se alcanza en un final que recuerda ligeramente al de Manhattan de Woody Allen, en una secuencia de imágenes en las que Lester, una vez muerto, rememora algunos de los momentos por los que ha valido la pena vivir, en un carrusel de imágenes a los que acompaña el maravilloso tema principal de la banda sonora, conformando uno de los finales más bellos, líricos y emocionantes de la historia del cine, y en el que duele especialmente esa imagen de Carolyn llegando a casa, una vez enterada de la muerte de su marido, y su acto de desesperación abrazando desconsolada la ropa de Lester en el armario. Es la imagen que resume la idea de la que nos han estado hablando durante casi dos horas: solo nos damos cuenta de lo que tenemos cuando ya lo hemos perdido.

El impacto de ese final es tremendo e inolvidable. Forma parte de esa colección de momentos cinematográficos que parecen estar hechos con el mismo material con el que está hecho la vida, y que explican con un lenguaje diáfano y clarividente lo que significa estar vivo, y que arrojan tantísima luz acerca de lo absurda que es a veces la vida y cómo el amor es dejarse ir en vez de aferrarse a las cosas. Es el broche de oro, el colofón perfecto a una película reveladora, bella hasta la extenuación y, como las buenas comedias negras, inmensamente divertida incluso en los momentos en los que hace daño. Una película que cierra una de las mejores décadas de la historia del cine, la de los noventa, y que deja para los restos una lección magistral de cine por parte de un director novel que hasta entonces únicamente había hecho teatro.

Acabo con unas palabras de Steven Spielberg, preguntado una vez acerca de la ligereza de algunas de sus películas, a lo que respondió con la siguiente afirmación: “No todas las películas pueden ser tan buenas como American Beauty”.

Apocalypse Now: ¿película bélica o estudio de la condición humana?

Apocalypse Now es una de esas películas que dificilmente podrán repetirse en algún momento de nuestra historia. Cualquier calificativo que se emplee con ella resultará injusto e impreciso para describirla, ya que trasciende el ámbito del cine, el arte o la industria para convertirse en una obra de culto que, como las grandes obras de arte de la humanidad, nos habla directamente sobre la condición humana.

Apocalypse Now es una de esas películas de las que te dan ganas de hablar cuando acabas de verla. Es imposible no extraer una visión propia, formar una opinión sobre ella. No deja indiferente a nadie, y genera controversia aún habiendo pasado casi 40 años desde su estreno. Es una película legendaria, rodeada de un misticismo y una épica que impregnan inevitablemente el debate sobre ella.

Apocalypse Now está ambientada en plena Guerra de Vietnam, y relata la misión que le es encargada al Capitán Willard, quien ha de ir río arriba y encontrarse con Kurtz, un Coronel del ejército estadounidense que ha enloquecido y ha decidido hacer la guerra por su cuenta. La historia está basada en el libro de Joseph Conrad “El corazón de las tinieblas”, una obra que relata la aventura de un marinero por el río Congo, en busca de Kurtz, un jefe de una explotación de marfil que ha perdido el juicio.

Apocalypse Now

Coppola, quien ya había intentado rodar la historia en el 69, antes de empezar The Godfather, pensó que sería una buena idea ambientar la historia en la guerra de Vietnam, y representar en la figura de Kurtz a un desertor del ejército americano. Esto le permitió a Coppola explorar los límites de la moral y la ética en la guerra, así como profundizar en la psique de un hombre perturbado por los horrores de la misma, y tratar de averiguar cómo es que llegó hasta ahí. Se ha dicho a menudo sobre Apocalypse Now que el viaje de Willard a través del río Nung es en realidad un descenso a los infiernos. Es esto, pero es también un viaje un viaje de descubrimiento de los propios límites de uno mismo cuando se es llevado al límite.

Apocalypse Now bien podría dividirse en dos películas diferentes, aunque una solo funcionaría junto a la otra. En la primera parte, asistimos al desarrollo de la misión de Willard, pero esta está construida de un modo totalmente original e inaudito; se trata en esencia de un road-trip bélico por la selva, en la que Willard y los soldados que viajan en el bote se van encontrando con peligros, situaciones y nuevos personajes, y cada nueva experiencia resulta tan traumática o más que la anterior. Esto va endureciendo a los soldados, de modo que no son las mismas personas que cuando salieron de Saigón. Este arco psicológico de los personajes describe desde la inocencia de unos jóvenes soldados hasta la pérdida de esta inocencia y su caída en la demencia más absoluta, y contemplar cómo cada uno de ellos va cayendo en el tormento y el horror es una de las cosas que más sobrecogen de toda la película.

La segunda parte de Apocalypse Now, no obstante, es casi una película de terror psicológico. Una vez Willard llega hasta el campamento de Kurtz y los nativos, la película entra en un terreno aún más inhóspito, donde la niebla y la locura lo invaden todo. A partir de este momento, la fotografía se vuelve oscura y tenebrosa, los personajes caen constantemente en las sombras y flota en el ambiente un olor enrarecido, capaz de traspasar la pantalla e invadir al espectador. Cada diálogo con el Coronel Kurtz es una cuchillada a la conciencia, y la voz de Brando aquí resulta tan grave y penetrante que consigue perturbar, con apenas un par de líneas de diálogo.

Apocalypse Now

No podemos hablar, ni siquiera, de Apocalypse Now como un tratado antibelicista, por más que mucha gente haya querido interpretar la película de esa manera. El mismo Coppola reconoció que no era ese el objetivo principal de la película, sino más bien analizar qué es lo que nos pasa por la cabeza cuando somos llevados al límite de nuestras fuerzas y nuestro entendimiento. Todos los personajes de Apocalypse Now acaban totalmente trastornados, como así fue en la realidad para muchos combatientes en Vietnam; los supervivientes, los que pudieron regresar a sus casas, se enfrentaron a años de un trauma psicológico enorme e irreparable. En este sentido, Apocalypse Now es también una película que retrata de una manera salvaje la época en la que está ambientada, reflejando a la perfección el ambiente de paranoia y sicodelia colectiva en torno a la guerra de Vietnam, con la música de fondo de los Rolling Stones, el consumo excesivo de marihuana y las conejitas Playboy. El ideario colectivo y cultural de la época se muestra como una paradoja de un momento políticamente tan convulso como apasionante, en el que muchos de los mitos y símbolos de la cultura norteamericana empezaban a florecer a la vez que el país se veía envuelto en una guerra insana y que se cobró la vida de miles de jóvenes estadounidenses (y vietnamitas) de una manera completamente inútil y absurda.

Lo mejor de la película es que transpira en cada plano la tensión y los problemas del rodaje. Apocalypse Now se rodó en Filipinas, en un momento de revueltas y escaramuzas internas, estuvo a punto de cancelarse el rodaje varias veces, el presupuesto inicial se disparó, Coppola hipotecó su casa y sus bienes para finalizar la película, se sucedieron continuos retrasos, Marlon Brando amenazó con no participar en la película, hubo varios cambios de actores, un tifón que destruyó los decorados y hasta un ataque de corazón sufrido por Martin Sheen. El rodaje de Apocalypse Now es una de esas epopeyas cinematográficas que son dignas de estudio. El estado mental en el que acabaron director y actores fue tan caótico que algunos de ellos bordearon la locura, y la producción se le fue de las manos a Coppola en multitud de ocasiones. Terminar la película fue un auténtico milagro, pero a la vez ayuda a entender el mismo carácter de la obra: hipnótica, poderosa y de un magnetismo inigualable, Apocalypse Now es uno de los hitos del cine de cualquier época, una de esas obras que traspasan el ámbito en el que fueron creadas y cuyos límites no se encuadran dentro de los márgenes del medio cinematográfico.

Apocalypse Now

Es tan poderosa en la reflexión que nos manda, y es tan retorcida, angulosa y ambiciosa en todo lo que nos cuenta, que es imposible pararse a analizar sus virtudes técnicas, que son muchas, empezando por la descomunal dirección de Coppola, el fastuoso trabajo de fotografía, las imponentes actuaciones de Sheen y de Brando o el titánico trabajo de arte y producción que hay detrás de cada uno de los elementos que componen el film. Apocalypse Now es una película absolutamente tremenda, histórica, única e irrepetible, y la película bélica más brutal y salvaje que se ha rodado nunca, y no por la violencia de sus escenas de acción sino por el estado de desasosiego en el que te deja.

Escenas increíbles e inolvidables, como el ataque de los helicópteros al son de Wagner, toda la secuencia final en la aldea siniestra de Kurtz, y esos planos iniciales en los que suena This is the end de los Doors mientras un Martin Sheen ebrio y cercano al trance deambula por la habitación de un hotel de Saigón luchando contra sus propios miedos, esperando esa llamada que le aparte de su particular infierno personal. Pero mi preferida es esa otra indescriptible escena en la que suena por la radio del bote Satisfaction de los Rolling, momento de una retorcida, extraña e indecente belleza en el que los integrantes de este viaje al corazón de las tinieblas disfrutan por un momento del placer de la vida, el surf, el rock & roll y las drogas, mientras el infierno les acecha en la espesura de la selva, a los márgenes del río, a cada centímetro que avanzan a través de él.

¿Quién la dirigió? Francis Ford Coppola
¿En qué año se estrenó? 1979
¿Quién la protagoniza? Martin Sheen, Marlon Brando, Robert Duvall
¿De qué va? El Capitán Willard es un oficial de inteligencia del ejército
estadounidense al que se le encarga una misión para matar a Kurtz, un
coronel que se ha vuelto loco y que ha formado un ejército de nativos en el
interior de la selva de Camboya.
La frase: “Acusar a alguien de asesinato en este lugar, es como poner
multas por exceso de velocidad en la carrera de Indianapolis”.

Casablanca, o cuando el cine americano es insuperable

Este artículo contiene spoilers. Si no has visto la película, mírala antes de leerlo 

Decía Carlos Boyero en uno de sus ya míticos chats en El Mundo, que el cine americano, cuando es bueno, es insuperable. Estoy muy de acuerdo con él, y creo que Casablanca es una buena muestra de ello.

Casablanca es uno de esos casos raros, que nunca pondría en un top 5 de mis películas preferidas, y sin embargo, cada vez que la vuelvo a ver, acabo emocionado hasta las trancas y con el impulso irrefrenable de meterla en ese top 5. Creo que lo mejor que puede decirse de
Casablanca es precisamente que nunca pierde vigencia o interés. Si quieres iniciar a un neófito en el cine clásico, Casablanca es una apuesta segura.

Casablanca fue una de esas películas llamadas de encargo que tan bien funcionaban en la época. Básicamente consistía en un proceso mediante el cual los estudios encargaban un guión siguiendo unas directrices muy claras respecto al tipo de película que buscaban; luego delegaban la dirección en un artesano de la industria y se contrataban a actores conocidos para atraer al gran público. Todo eso ocurrió así con Casablanca. Sin embargo, el azar, que tantas cosas buenas ha hecho por el cine, provocó que en esta producción de la Warner confluyeran una serie de factores a su favor; el principal fue contar con un director brillante como Michael Curtiz, y el segundo fue juntar a Humphrey Bogart y a Ingrid Bergman, quienes consiguieron una química en pantalla insuperable, a pesar de llevarse como perros en la vida real.

Las recetas estaban ahí, y consistían en el ideario de Hollywood para conseguir el entretenimiento perfecto: juntar a grandes actores, con guiones ágiles y de narrativa clara y meridiana, y contar historias de grandes personajes enmarcados dentro de un contexto político que condicionan sus conductas. En este caso, la película está ambientada en plena Segunda Guerra Mundial. Por entonces, el norte de África era una vía de escape para los exiliados hacia Lisboa, para más tarde dar el salto hacia Estados Unidos. Casablanca era la penúltima parada en ese exilio, y ahí es donde se sitúa el bar de Rick (Bogart), escenario principal de la historia.

Casablanca: Bar de Rick

De Rick sabemos muy poco acerca de su pasado, y esa ambigüedad es con la que trabaja muy bien Humphrey Bogart para dotar a su personaje de un carácter duro y cínico. Rick ya no se casa con nadie, ni presta su ayuda a nadie; tras fracasar ayudando a los republicanos en la Guerra Civil española, la causa de Rick es simplemente la de ayudarse a sí mismo a sobrevivir. Por eso, Rick tiene una especia de trato ventajoso con Renault, el corrupto jefe de la policía de la Francia libre (Recordemos que Marruecos fue en esa época colonia francesa). Así pues, Rick consigue que le dejen en paz, pero a cambio él facilitará, en la medida de lo posible, los chanchullos de Renault dentro de su local.

Las cosas se complican cuando hace su aparición Ilsa (Ingrid Bergman), una bellísima mujer que huye junto a Víctor Laszlo, un líder de la resistencia contra los nazis. Es entonces cuando vemos a Rick quebrarse, y descubrimos que entre Ilsa y Rick hubo un romance hace tiempo. En un sensacional flashback, vemos a Ilsa y Rick juntos y enamorados en París. Cuando las tropas nazis entran en la capital francesa, ambos piensan en coger el tren y escapar de la ciudad, pero Ilsa nunca llega a la estación para encontrarse con Rick. En cambio, vemos a un Rick abatido, esperando bajo una intensa lluvia, leyendo una nota de Ilsa en la que le dice que no puede huir con él, y que siempre le amará. El plano es de una belleza espectacular, y la manera es como las gotas de agua van borrando las letras de la carta junto a un tren que está a punto de perder, son una bella metáfora del desengaño amoroso de Rick.

Casablanca: París

El personaje de Rick está fantásticamente construido, pues representa la figura icónica del hombre clásico perfecto: fuerte, con carácter, elegante, romántico, aventurero e inteligente. Rick funciona en la película a modo de antihéroe, pues sabemos desde el principio que de él dependerá la resolución del conflicto, pero dudamos constantemente de su integridad. El resto de personajes son presentados a la distancia, incluida Ingrid Bergman, quien por entonces era mucho más conocida que Bogart. El protagonismo absoluto de Bogart se traduce también en unas líneas de diálogo afiladas como cuchillo, con frases de un ingenio absoluto (-¿Me desprecias Rick? -Lo haría si llegara siquiera a pensar en ti) pero también con una actitud que evidencia en todo momento que Rick es el único que controla la situación en todo momento.

Y así fue, de hecho, en el rodaje; ninguno de los actores salvo Bogart sabía exactamente el final de la historia, pues así lo quiso el director, Michael Curtiz. De esta manera, Curtiz se aseguraba que la incertidumbre respecto a con quien acabaría Ilsa condicionara a los personajes para dotarles de mucha ambigüedad. Y fue un movimiento brillante, pues si algo caracteriza a Casablanca es el áurea de misterio que rodea constantemente a sus personajes. En ningún momento sabemos realmente a quien quiere más Ilsa, si a Victor o a Rick; jamás llegamos a colocar ideológicamente a Renault, y tampoco llegamos a estar seguros de las intenciones de Rick, aunque al final se destape en él una virtud patriótica que le haga obrar con el mayor de los sentidos comunes.

El sentido patriótico de Rick, o más bien su sentido del deber y de la justicia, queda reflejado también en mi escena favorita de la película. Es esa escena en la que oficiales nazis cantan el himno alemán de la época en el bar de Rick. Entonces, Víctor Laszlo se acerca a la banda de músicos y les pide que toquen la Marsellesa, a lo que Rick también accede. Entonces, y al son de la banda, todo el público en el bar empieza a cantar la Marsellesa, hasta que logran acallar el canto de los militares nazis. Curtiz busca en ese momento varias miradas rabiosas y emocionadas, como la de la actriz Madeleine Lebeau, o la de la misma Ingrid Bergman, que desprenden un sentido de autenticidad, valor, emoción y dignidad tremendas, y que demuestran una vez más la pureza del cine, que necesita de bien poco para conmover al espectador. La escena deja mal parados a todos aquellos que han intentado alguna vez menospreciar a Casablanca tildándola de cine de “encargo”, mostrando que detrás de la cámara había un tipo que sabía muy bien lo que hacía, con un sentido artístico y cinematográfico fuera de toda duda.

Aún así, lo más recordado de Casablanca es su final. Tras una historia de amor y sentimientos a flor de piel, Rick decide entregar a Ilsa a Víctor, en un acto de renuncia ejemplar, pues sabe que es Ilsa será más feliz con Victor a su lado que junto a él. Ese sacrificio se escenifica de una manera sobrecogedora, pues Ilsa y Rick ni siquiera pueden despedirse con un beso; allí está junto a ellos Víctor. La renuncia de Rick a Ilsa se ha interpretado de muchas maneras, pero al final tan solo puede resumirse en una sola, y es que Rick es es un hombre íntegro, que no se nos había mostrado hasta entonces porque ocultaba su decepción con el mundo bajo toneladas de cinismo y amargura.

Esa amargura hace acto de presencia en esa archiconocida escena en la que Ilsa le pide a Sam (Play it again, Sam) que toque As time goes by para recordar los viejos tiempos en París, o ese momento tremebundo, y que de tan sutil pasa casi desapercibido, en el que Ilsa le pide a Rick que decida por ambos, porque ella no puede, a lo que él le contesta con un escueto “así lo haré”. El espectador solo sabrá al final de la historia que Rick, en el momento de pronunciar esas palabras, ya ha decidido, y su decisión no es otra que la de dejar ir al amor de su vida.

Casablanca es una obra de un romanticismo empedernido, que finaliza con un momento tristísimo en el que todos salen perdiendo: Rick pierde a la mujer que ama, Víctor consigue escapar con Ilsa aún sabiendo que esta no siente amor por él sino más bien respeto y admiración, e Ilsa renuncia al amor por una causa mucho más grande. El final indaga en esa vieja idea romántica de que las grandes historias de amor son las que no duran eternamente, y aun así, tras ese pensamiento nostálgico y arrebatador acerca de todas las grandes historias de amor que pudieron ser y no fueron, la película se las ingenia para soltar una de las frases más míticas de la historia del cine y que puedas terminar de verla con una sonrisa dibujada en la cara. No puede haber mejor manera de acabar una película única e irrepetible.

¿Quién la dirigió? Michael Curtiz
¿En qué año se estrenó? 1942
¿Quién la protagoniza? Humphrey Bogart, Ingrid Bergman, Claude Reins
¿De qué va? Ilsa huye junto a su marido Víctor, un líder de la resistencia
contra los nazis. Al llegar a Casablanca se encuentra con Rick, un hombre
que conoció en París y del que sigue enamorada.
La frase: “Louis, presiento que este es el comienzo de una gran amistad.”

¿Cuál es el sentido de la vida?

La eterna pregunta que filósofos y pensadores han tratado de responder a lo largo de la historia. Es también de lo primero que se nos viene a la cabeza cuando sufrimos una crisis existencial, de las que yo he sufrido ya unas cuantas. Por eso tengo una opinión formada al respecto.

Creo que para hablar del sentido de la vida tenemos que hablar antes de la muerte. Vida y muerte son ambas inseparables, dos caras de la misma moneda.

Existe algo tan inevitable como la muerte: la vida

Charles Chaplin

Prácticamente todas las culturas y religiones del mundo mantienen la idea de la reencarnación o una vida después de la muerte. Por poco serio que resulte este argumento desde un punto de vista científico, la creencia en un alma que puede transportarse para vivir otras vidas es común entre los seres humanos, y esta creencia tiene una explicación, tal como dijo el inclasificable Brian Cox en el documental “Wonders of life”: Uno se siente reconfortado pensando eso. Y es que resulta bastante turbador y desesperanzador pensar que todo lo que somos ahora; nuestra carne, nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestros recuerdos, son fruto del caos y se evaporarán para siempre en el Universo.

¿Qué sentido tendría entonces la existencia? ¿Para qué esforzarse, batallar y sacrificarse para alcanzar tus sueños, si al final tan solo nos espera la nada eterna? ¿Para qué levantarse cada día a las 6 de la mañana, para qué luchar, para qué preocuparse por ser felices?

Lo que tuvo que pasar para que tú existieras

Aunque la religión pueda aportar consuelo y esperanza a mucha gente, mis creencias no pueden estar más alejadas de ella. Desde luego, encuentro mucho más consuelo en las explicaciones de la ciencia, y desde luego encuentro muchos más motivos de fascinación y asombro en las explicaciones científicas sobre cómo se originó la vida en el Universo que en las explicaciones teológicas.

Tal como apuntaba Bill Bryson en su magnífica obra “Breve historia de casi todo“, la historia del Universo es una sucesión de acontecimientos caóticos y azarosos que posibilitaron la creación de la vida de una manera casi milagrosa. Nos encontramos a la distancia justa del sol, y la masa de la Tierra es lo suficientemente grande como para atraer gravitatoriamente a su atmósfera. En los orígenes de la vida se encadenaron una serie de reacciones químicas extraordinarias, que dieron pie a las primeras moléculas. Desde aquello, hasta la vida como la conocemos ahora, pasaron 3.800 millones de años. Es simplemente acojonante.

Tal como estas circunstancias se desencadenaron de esta manera, también pudieron hacerlo de otra muy distinta. Las condiciones de la Tierra son tan particulares que las posibilidades de que surgiera una forma de vida como la nuestra eran de una entre miles de millones. Es fascinante pensar que en todo el Universo solo haya una vida como la que hay en el planeta Tierra, y con toda seguridad es así. Podrá haber vida en otros planetas, pero formas de vida exactamente iguales a las que tenemos en la Tierra son altamente improbables.

Las probabilidades de que se crearan las condiciones perfectas para la vida en la Tierra eran de una entre miles de millones. Estamos aquí por una sucesión de acontecimientos cósmicos únicos y extraordinarios. No hace falta pensar en un Dios que obra milagros para maravillarnos por la excelencia de la vida y la naturaleza, estas ya son milagrosas por sí mismas.

En su libro, Bryson reconocía que cuanto más sabemos acerca del Universo, más inverosímil resulta nuestra existencia. Y no puedo estar más de acuerdo con él: el ser humano es un auténtico milagro en sí mismo. Tenemos un cerebro privilegiado dentro del reino animal, que nos ha llevado a límites impensables, permitiéndonos crear obras de arte de arrebatadora belleza y fabulosa tecnología y máquinas que pueden viajar al espacio. Y todo esto ha sucedido sin la intervención de un ser divino que vive en los cielos.

Y esto es lo que perturba el pensamiento de muchísimas personas. ¿Cómo es posible que una vida tan perfecta se haya desarrollado de manera fortuita, por puro azar, sin la intervención de un Dios omnipresente que está en todas partes y lo ve y lo crea todo? Así ha sido, y no sé qué te parece a ti este pensamiento, pero a mi me parece la hostia.

¿Existe un destino para todos nosotros?

Mi absoluta fe y creencia en la ciencia me impide creer en destinos prefijados. El universo es demasiado caótico como para tenernos preparado de antemano un destino fijo entre las miles de millones de variables que entran en juego a lo largo de nuestras vidas. Tus padres se conocieron en la fiesta de graduación del 68, pero qué habría pasado si tu padre hubiese llegado a la fiesta cinco minutos tarde, y en vez de sacar a bailar a tu madre, hubiese invitado a otra chica? Tú ya no estarías aquí. Eso es el caos.

Cada uno de nosotros representamos una singularidad, pero es solo una más de entre los 7.000 millones de personas que habitan en el mundo entero. No hay ningún gran papel reservado en exclusiva para ti, o lo que es lo mismo: no has nacido con un propósito vital predeterminado.

El propósito de nuestra vida se forma con el tiempo, a través de nuestras vivencias y nuestros anhelos, nuestras ambiciones, las personas de las que nos rodeamos y las circunstancias de nuestro entorno, y por eso los propósitos de cada uno son tan distintos de los de los demás.

Si me preguntas qué sentido tiene la vida te diré que el único sentido de la vida es el que tú quieras darle. La pregunta que te haré yo entonces será esta: ¿Qué estás dispuesto a hacer con este regalo absolutamente asombroso llamado vida? ¿Hasta donde llegarás con él?

La toma de conciencia

En su libro, el cual recomiendo encarecidamente si no lo has leído, Bryson ponía un ejemplo que me parece sencillamente espectacular. Bryson hablaba de los líquenes, uno de los organismos más simples y menos ambiciosos, puesto que su función es simplemente la de “existir”. No obstante, un liquen se aferra a la vida desesperadamente, con un ímpetu incluso mayor que el de un animal o un ser humano, pues toda su existencia se basa únicamente en ese pretexto: existir. A donde quería llegar Bryson con ese ejemplo es que, a pesar de no disponer de nuestra conciencia, nuestro cerebro y nuestra capacidad de abstracción, un liquen siente un irremediable impulso por vivir.

Nosotros, siendo una forma de vida mucho más compleja, tenemos ese mismo impulso. Pero nosotros sí disponemos de un cerebro que posibilita el pensamiento abstracto. Gracias a la abstracción, los hombres de la prehistoria intuyeron que uniendo un palo con una piedra podían construir un hacha con la que les sería mucho más fácil cazar o recolectar hierbas. Esa capacidad de abstracción es la que ha posibilitado también que adquiramos conciencia de nosotros mismos.

El liquen ni siquiera es consciente de su propia existencia, y aún así se aferra a la vida. ¿No te parece extraordinario?

Gracias a nuestro privilegiado cerebro, también experimentamos emociones, y resulta fascinante comprobar que estas cumplen también una función evolutiva. El amor, por ejemplo, es un instinto “diseñado” para garantizar la perpetuación de la especie. El miedo tiene la función de prevenirnos ante posibles amenazas. Y la rabia, sin ir más lejos, es la emoción que proporciona energía para contrarrestar esos peligros.

Este conjunto de procesos cognitivos resultan en lo que denominamos conciencia, y la conciencia es clave para entender la felicidad en el ser humano. Gracias a la conciencia uno puede identificarse en el mundo como un ente individual dentro de un sistema colectivo. Gracias a ella albergamos ideas, pensamientos, creencias y valores que acaban formando nuestra forma de ver la vida. Debido a esta conciencia, podemos mirar dentro de nosotros y saber si todo ello se alinea con la vida que realmente estamos viviendo. La conciencia es la que nos permite mirar a otros seres humanos, y utilizando la empatía, saber cuándo estos están tristes, alegres o enfadados.

El hombre se autorrealiza en la misma medida en que se compromete al cumplimiento del sentido de su vida. -Victor Frankl

La empatía nos permite pues identificar también cuando otra persona es feliz o no lo es. Y si vemos a alguien que es feliz, y nosotros sentimos que no lo somos, la conciencia empieza a lanzar preguntas por nosotros: “¿Por qué él si y yo no?” “¿Qué tengo que hacer para ser tan feliz como él?”, para acabar concluyendo con un “Quiero cambiar mi vida para mejor, quiero ser feliz”.

No sé qué hacer con mi vida

La felicidad tiene muchas definiciones, tantas como que cada uno tiene la suya propia. Para unos, la felicidad puede ser montar una empresa de éxito, mientras que para otros la felicidad puede consistir únicamente en formar una familia. En cualquier caso, y con cualquier posible ejemplo que pusiera, identificaríamos la felicidad con la realización de una actividad que nos apasione. En el primer ejemplo la felicidad residiría en la pasión por llevar a cabo un emprendimiento, y en el segundo la felicidad sería el resultado de construir un entorno en el que amar y sentirnos amados.

Sea como sea, no se entiende la felicidad si no es viviendo una vida en la que sientes en todo momento que estás haciendo con ella lo que quieres. Obviamente esto no puede ser siempre así, pues inevitablemente surgen compromisos. Pero en líneas generales, uno siente que es feliz si sus actos son consecuentes con sus pensamientos. Es por esto que es muy difícil que alguien atrapado en un trabajo aburrido y monótono pueda ser feliz si su sueño es viajar por el mundo, así como resulta imposible que alguien pueda ser feliz al lado de una persona desde el mismo momento que deja de quererla.

El tema es que creo que los seres humanos somos mucho más conscientes de nuestra mortalidad, contrariamente a lo que se dice habitualmente,. En realidad, es un instinto que llevamos programado “de serie”, y precisamente saber que podemos morir en cualquier momento sin haber vivido una vida de la que podamos sentirnos orgullosos es el motivo de agobio y depresiones que nos invaden a menudo a lo largo de la vida.

Es en esos momento de crisis existencial, de dudas, miedos y temores, cuando intento tener presente toda esta reflexión que estoy compartiendo contigo. La vida es un lienzo en blanco y puedes pintar en ella lo que quieras. No se me ocurre ninguna otra conclusión más potente, libre y hermosa que esta para definir el sentido de la vida.

La teoría del caos: Así es cómo influye en nuestro día a día

El aleteo de una mariposa en California puede generar un tornado en Japón. Esta frase, formulada por el físico y matemático Edward Lorenz, es el preámbulo de un concepto conocido como el efecto mariposa, y explica uno de los principios de la teoría del caos: incluso el más pequeño acto puede tener unas grandes consecuencias, y por norma general, estas son impredecibles. 

El ser humano ha considerado siempre el caos como el desorden o la aleatoriedad del cosmos, pero la teoría del caos lo que hace precisamente es contradecir esta afirmación: el caos no es más que un sistema complejo y ordenado, solo que no sabemos exactamente cómo se comporta porque en él inciden un número de variables infinitas, imposibles de predecir. Si las conociéramos todas, podríamos predecir el devenir de los acontecimientos, pero incluso entonces podría sufrir alteraciones graves, debido a su alta sensibilidad a las condiciones variables del sistema.

Vamos a explicarlo para que lo entendamos todos, con uno de los ejemplos más claros; el de la ramita y el río: Si dejamos una ramita en un punto X del río, y la dejamos a merced de la corriente, esa ramita llegará a un punto Y. Si al día siguiente dejamos esa ramita en el mismo punto X, esa ramita no llegará a un punto Y, o no tendrá que hacerlo necesariamente. “Nunca te bañarás dos veces en el mismo río”. Os suena, ¿verdad?

¿Por qué sucede esto? Pues porque en los sistemas complejos existen infinitud de variables y fluctuaciones que provocan que el resultado a la ecuación difiera siempre de lo previsto. Es decir, en el río hay piedrecitas o corrientes de agua que provocan una serie de reacciones en cadena, multiplicadas por cientos de ellas, y que evitan que no se pueda predecir donde va a acabar la ramita. Por eso es tan difícil predecir con exactitud la meteorología, o, llevándolo a un terreno más nuestro, la conducta humana.

La teoría del caos

La teoría del caos, o teoría de la complejidad, ha sido aplicada a varios terrenos de estudio, tales como la economía, la física o la psicología, que es el ámbito que más me interesa.

Para empezar, hazte la siguiente pregunta: ¿De qué manera actúas a la hora de tomar decisiones? La gran mayoría de los seres humanos lo hacemos considerando la relación cuantitativa, es decir, la relación entre causa y efecto. Esta relación vendría a decir que causa y efecto son directamente proporcionales; una gran causa provoca un gran efecto, y una pequeña causa provoca un pequeño efecto. Esto lo vemos diariamente en la familia, con nuestros amigos o nuestras parejas. Y es que cuanto mayor sea la repercusión de nuestros actos, peores serán las consecuencias, porque en el proceso intervienen una serie de variables y fluctuaciones que afectan a más personas que cuando la repercusión de nuestro acto es pequeña. Esto es así, pero solo en teoría, pues en un sistema complejo una causa pequeña puede provocar un gran efecto dependiendo de la complejidad del sistema. Por eso no podemos predecir cuáles serán las consecuencias. Podemos medir más o menos la gravedad o complejidad de nuestras acciones, pero nunca podemos saber cómo serán las consecuencias de nuestros actos antes de llevarlos a cabo.

El caos es la partitura en la que está escrita la realidad

Henry Miller

Es por este mismo motivo que no puedes predecir con exactitud lo que te va a pasar si tomas una decisión drástica en tu vida. Desconocemos por completo lo que ocurrirá si lo hacemos, y pensar (y además, hacerlo en negativo) en un escenario futuro es ridículo, pues la vida cambia constantemente, se mueve cada vez en círculos más amplios; es dinámica.

Los múltiples caminos de la vida

La complejidad del sistema caótico, y por ende del universo, se traduce en múltiples vías y caminos vitales que podemos recorrer. Si pensamos detenidamente en la cantidad posibilidades que tenemos a nuestro alcance podríamos volvernos locos midiendo el alcance de cada uno de ellos. Decir que el aleteo de una mariposa en California provoca un tornado en Japón es una hipérbole que sirve como metáfora: cualquier acto, por pequeño que sea, puede provocar una serie de reacciones en cadena que desemboquen en un resultado de consecuencias enormes.

Así pues, los humanos realizamos acciones cuyos resultados desconocemos o escapan simplemente a nuestro control, y cualquier pequeña variación en la cadena de acontecimientos puede provocar cambios drásticos en el resultado final.

Hay una escena de “The Curious Case of Benjamin Button” que ejemplifica la teoría del caos a la perfección:

La escena es perfecta, porque deja claro que incluso los momentos más irrelevantes de nuestra vida y la de los otros (momentos sobre los que, además, no tenemos control ninguno) influyen de manera determinante en nuestro devenir futuro. Así pues, una simple mirada, una palabra bien o mal dicha, un reproche, un elogio, una caricia, un abrazo o un beso dado o dejado por dar o una decisión tomada o no tomada puede desencadenar una serie de acontecimientos que pueden transformar tu vida para siempre.

Una simple mirada, una palabra bien o mal dicha, un reproche, un elogio, una caricia, un abrazo o un beso dado o dejado por dar o una decisión tomada o no tomada puede desencadenar una serie de acontecimientos que pueden transformar tu vida para siempre

Costo y beneficio

Otro aspecto destacable de la teoría del caos, aplicada en este caso tanto a la economía como a la conducta humana, es el que se refiere a los conceptos de costo y beneficio, y que tenéis muy bien explicada en este artículo. Lo que viene a decir, básicamente, es que tendemos a tomar decisiones en base a un análisis basado en nuestra experiencia, valorando siempre los beneficios de esa decisión, pero también los costos. Si el beneficio es mayor, o como mínimo, compensa el costo previsible, tomamos esa opción, porque el margen de beneficio es positivo. Sin embargo, aquí es donde actúa el caos, pues estas previsiones pueden o no cumplirse. Por ejemplo, una mujer que duda entre dos hombres y quiere a ambos por igual, pero para su decisión decide poner en una balanza pros y contras de sus personalidades, llegando a la conclusión de que uno de ellos le proporcionará más seguridad y estabilidad. Pero aquí que en esta estructura compleja se produce un cambio imprevisto y el carácter de esta persona se vuelve inseguro e inestable. La relación empieza a no funcionar, y la mujer entonces se arrepiente de su elección, pero… ¿Cómo puede solventar este problema? Simplemente no puede, porque no se puede volver atrás. De la misma manera que la ramita no podrá remontar por sí sola el curso del río, las personas no podemos rehacer nuestras elecciones, y si lo hiciéramos nunca volvería a pasar lo que teníamos planeado anteriormente al momento de la toma de nuestra decisión, pues las variables de la orden secuencial en la ecuación habrían cambiado. O lo que es lo mismo: la vida sigue su propio camino.

La cuestión desemboca entonces en cómo arreglamos esas deficiencias de conducta o esos problemas derivados de una decisión equivocada. Y es ahí donde entra otro de los conceptos clave de la teorías del caos, y es la regeneración del sistema mediante la retroalimentación positiva. La retroalimentación negativa tiende a corregir un error, mientras que la positiva busca el cambio. Lógicamente cuanto mayor sea el problema más drástico será el cambio, y dependiendo de cuánta diferencia hay entre lo previsto antes de la elección definitiva, y lo acontecido realmente después de esa elección. Es decir, medir nuestro grado de satisfacción, y si corresponde al análisis realizado con anterioridad. Si el resultado final se distancia mucho de ese análisis previo, buscaremos mayoritariamente el cambio. Si no se distancia mucho, aunque lo haga sustancialmente, nos quedaremos como estamos, porque “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Este inmovilismo y conservadurismo es el que ha frenado muchas veces el progreso de la ciencia o el arte, y por extensión el de la humanidad y el de millones de personas en sus vidas personales.

Lo que realmente me interesa es si Dios tuvo alguna elección en la creación del mundo

Albert Einstein

El milagro de estar vivos

Como veis la teoría del caos tiene una aplicación teórica y práctica en lo que se refiere al comportamiento humano. No en vano, a finales de los noventa ya se dijo que la teoría del caos y de la complejidad sería la ciencia del siglo XXI junto a la física cuántica. Hace años, un analista económico al que vi en una tertulia televisiva, y en referencia a la crisis financiera, mencionó la teoría del caos aplicándola a los ciclos económicos y a la inestabilidad y lo impredecibles que resultan. En un mundo globalizado esto cobra mayor importancia, pues una pequeña decisión tomada en un banco de Estados Unidos ha podido repercutir en la economía de miles de familias en todo el mundo, de la misma manera que una pequeña decisión en un momento determinado puede dañar o afectar a nosotros mismos y a los demás, y además sin saberlo.

Bendito sea el caos, porque es síntoma de libertad

Enrique Tierno Galván

La formulación de toda esta teoría resulta incluso aterradora si nos paramos a pensar por un momento: en nuestra vida influyen un número inmenso de variables sobre las que no tenemos control alguno. Por lo tanto, pienso que es inútil esforzarse en tener tu vida controlada al 100%, pues ese control es totalmente ficticio e ilusorio. Desde hace ya algunos años pienso que esa incertidumbre es precisamente un enorme motor en nuestra vida, y lejos de inquietar o resultar incómoda puede ayudarnos a no dar nada por sentado, a vivir la vida siendo conscientes que lo que hoy es cierto, mañana puede dejar de serlo, y que resulta mucho más interesante tener siempre más preguntas que certezas, dejarse llevar por lo que la vida ofrece a cada momento, teniendo la capacidad de reinventarse y adaptarse continuamente a los cambios. O lo que algunos llaman fluir con la vida misma.

Aceptar el caos como la forma elemental del funcionamiento del universo es aprender que nunca puedes afirmar que estarás toda una vida con una persona, pues no puedes saber cuando terminará el amor entre ambos. Aceptar el caos es comprender que no existe un trabajo “seguro”, y que precisamente el trabajo más seguro es aquel que depende, en gran medida, de tus decisiones y no las de los demás. Aceptar el caos es permitir que la incertidumbre entre a formar parte de tu vida, dejándote siempre la duda de si mañana seguirás en este mundo, haciéndote partícipe del del inmenso privilegio de estar vivos y del valor que tiene el aquí y el ahora.