Este artículo contiene spoilers. Si no has visto la película, mírala antes de leerlo 

Decía Carlos Boyero en uno de sus ya míticos chats en El Mundo, que el cine americano, cuando es bueno, es insuperable. Estoy muy de acuerdo con él, y creo que Casablanca es una buena muestra de ello.

Casablanca es uno de esos casos raros, que nunca pondría en un top 5 de mis películas preferidas, y sin embargo, cada vez que la vuelvo a ver, acabo emocionado hasta las trancas y con el impulso irrefrenable de meterla en ese top 5. Creo que lo mejor que puede decirse de
Casablanca es precisamente que nunca pierde vigencia o interés. Si quieres iniciar a un neófito en el cine clásico, Casablanca es una apuesta segura.

Casablanca fue una de esas películas llamadas de encargo que tan bien funcionaban en la época. Básicamente consistía en un proceso mediante el cual los estudios encargaban un guión siguiendo unas directrices muy claras respecto al tipo de película que buscaban; luego delegaban la dirección en un artesano de la industria y se contrataban a actores conocidos para atraer al gran público. Todo eso ocurrió así con Casablanca. Sin embargo, el azar, que tantas cosas buenas ha hecho por el cine, provocó que en esta producción de la Warner confluyeran una serie de factores a su favor; el principal fue contar con un director brillante como Michael Curtiz, y el segundo fue juntar a Humphrey Bogart y a Ingrid Bergman, quienes consiguieron una química en pantalla insuperable, a pesar de llevarse como perros en la vida real.

Las recetas estaban ahí, y consistían en el ideario de Hollywood para conseguir el entretenimiento perfecto: juntar a grandes actores, con guiones ágiles y de narrativa clara y meridiana, y contar historias de grandes personajes enmarcados dentro de un contexto político que condicionan sus conductas. En este caso, la película está ambientada en plena Segunda Guerra Mundial. Por entonces, el norte de África era una vía de escape para los exiliados hacia Lisboa, para más tarde dar el salto hacia Estados Unidos. Casablanca era la penúltima parada en ese exilio, y ahí es donde se sitúa el bar de Rick (Bogart), escenario principal de la historia.

Casablanca: Bar de Rick

De Rick sabemos muy poco acerca de su pasado, y esa ambigüedad es con la que trabaja muy bien Humphrey Bogart para dotar a su personaje de un carácter duro y cínico. Rick ya no se casa con nadie, ni presta su ayuda a nadie; tras fracasar ayudando a los republicanos en la Guerra Civil española, la causa de Rick es simplemente la de ayudarse a sí mismo a sobrevivir. Por eso, Rick tiene una especia de trato ventajoso con Renault, el corrupto jefe de la policía de la Francia libre (Recordemos que Marruecos fue en esa época colonia francesa). Así pues, Rick consigue que le dejen en paz, pero a cambio él facilitará, en la medida de lo posible, los chanchullos de Renault dentro de su local.

Las cosas se complican cuando hace su aparición Ilsa (Ingrid Bergman), una bellísima mujer que huye junto a Víctor Laszlo, un líder de la resistencia contra los nazis. Es entonces cuando vemos a Rick quebrarse, y descubrimos que entre Ilsa y Rick hubo un romance hace tiempo. En un sensacional flashback, vemos a Ilsa y Rick juntos y enamorados en París. Cuando las tropas nazis entran en la capital francesa, ambos piensan en coger el tren y escapar de la ciudad, pero Ilsa nunca llega a la estación para encontrarse con Rick. En cambio, vemos a un Rick abatido, esperando bajo una intensa lluvia, leyendo una nota de Ilsa en la que le dice que no puede huir con él, y que siempre le amará. El plano es de una belleza espectacular, y la manera es como las gotas de agua van borrando las letras de la carta junto a un tren que está a punto de perder, son una bella metáfora del desengaño amoroso de Rick.

Casablanca: París

El personaje de Rick está fantásticamente construido, pues representa la figura icónica del hombre clásico perfecto: fuerte, con carácter, elegante, romántico, aventurero e inteligente. Rick funciona en la película a modo de antihéroe, pues sabemos desde el principio que de él dependerá la resolución del conflicto, pero dudamos constantemente de su integridad. El resto de personajes son presentados a la distancia, incluida Ingrid Bergman, quien por entonces era mucho más conocida que Bogart. El protagonismo absoluto de Bogart se traduce también en unas líneas de diálogo afiladas como cuchillo, con frases de un ingenio absoluto (-¿Me desprecias Rick? -Lo haría si llegara siquiera a pensar en ti) pero también con una actitud que evidencia en todo momento que Rick es el único que controla la situación en todo momento.

Y así fue, de hecho, en el rodaje; ninguno de los actores salvo Bogart sabía exactamente el final de la historia, pues así lo quiso el director, Michael Curtiz. De esta manera, Curtiz se aseguraba que la incertidumbre respecto a con quien acabaría Ilsa condicionara a los personajes para dotarles de mucha ambigüedad. Y fue un movimiento brillante, pues si algo caracteriza a Casablanca es el áurea de misterio que rodea constantemente a sus personajes. En ningún momento sabemos realmente a quien quiere más Ilsa, si a Victor o a Rick; jamás llegamos a colocar ideológicamente a Renault, y tampoco llegamos a estar seguros de las intenciones de Rick, aunque al final se destape en él una virtud patriótica que le haga obrar con el mayor de los sentidos comunes.

El sentido patriótico de Rick, o más bien su sentido del deber y de la justicia, queda reflejado también en mi escena favorita de la película. Es esa escena en la que oficiales nazis cantan el himno alemán de la época en el bar de Rick. Entonces, Víctor Laszlo se acerca a la banda de músicos y les pide que toquen la Marsellesa, a lo que Rick también accede. Entonces, y al son de la banda, todo el público en el bar empieza a cantar la Marsellesa, hasta que logran acallar el canto de los militares nazis. Curtiz busca en ese momento varias miradas rabiosas y emocionadas, como la de la actriz Madeleine Lebeau, o la de la misma Ingrid Bergman, que desprenden un sentido de autenticidad, valor, emoción y dignidad tremendas, y que demuestran una vez más la pureza del cine, que necesita de bien poco para conmover al espectador. La escena deja mal parados a todos aquellos que han intentado alguna vez menospreciar a Casablanca tildándola de cine de “encargo”, mostrando que detrás de la cámara había un tipo que sabía muy bien lo que hacía, con un sentido artístico y cinematográfico fuera de toda duda.

Aún así, lo más recordado de Casablanca es su final. Tras una historia de amor y sentimientos a flor de piel, Rick decide entregar a Ilsa a Víctor, en un acto de renuncia ejemplar, pues sabe que es Ilsa será más feliz con Victor a su lado que junto a él. Ese sacrificio se escenifica de una manera sobrecogedora, pues Ilsa y Rick ni siquiera pueden despedirse con un beso; allí está junto a ellos Víctor. La renuncia de Rick a Ilsa se ha interpretado de muchas maneras, pero al final tan solo puede resumirse en una sola, y es que Rick es es un hombre íntegro, que no se nos había mostrado hasta entonces porque ocultaba su decepción con el mundo bajo toneladas de cinismo y amargura.

Esa amargura hace acto de presencia en esa archiconocida escena en la que Ilsa le pide a Sam (Play it again, Sam) que toque As time goes by para recordar los viejos tiempos en París, o ese momento tremebundo, y que de tan sutil pasa casi desapercibido, en el que Ilsa le pide a Rick que decida por ambos, porque ella no puede, a lo que él le contesta con un escueto “así lo haré”. El espectador solo sabrá al final de la historia que Rick, en el momento de pronunciar esas palabras, ya ha decidido, y su decisión no es otra que la de dejar ir al amor de su vida.

Casablanca es una obra de un romanticismo empedernido, que finaliza con un momento tristísimo en el que todos salen perdiendo: Rick pierde a la mujer que ama, Víctor consigue escapar con Ilsa aún sabiendo que esta no siente amor por él sino más bien respeto y admiración, e Ilsa renuncia al amor por una causa mucho más grande. El final indaga en esa vieja idea romántica de que las grandes historias de amor son las que no duran eternamente, y aun así, tras ese pensamiento nostálgico y arrebatador acerca de todas las grandes historias de amor que pudieron ser y no fueron, la película se las ingenia para soltar una de las frases más míticas de la historia del cine y que puedas terminar de verla con una sonrisa dibujada en la cara. No puede haber mejor manera de acabar una película única e irrepetible.

¿Quién la dirigió? Michael Curtiz
¿En qué año se estrenó? 1942
¿Quién la protagoniza? Humphrey Bogart, Ingrid Bergman, Claude Reins
¿De qué va? Ilsa huye junto a su marido Víctor, un líder de la resistencia
contra los nazis. Al llegar a Casablanca se encuentra con Rick, un hombre
que conoció en París y del que sigue enamorada.
La frase: “Louis, presiento que este es el comienzo de una gran amistad.”

1 Comment

  1. Armando Ramírez mayo 29, 2020 at 5:48 pm

    Excelente análisis. Había varios puntos de la producción que no conocía y que ayudaron a redimensionar la película. Saludos.

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