Lamentablemente, Santorini fue una tremenda decepción para mí; sin duda, lo peor de todo el viaje. Sin embargo, la nefasta experiencia de Santorini llevó a la mejor decisión de todo el viaje: desechamos la idea de ir a otras islas como Mykonos y Milos y decidimos ir directamente a Creta, donde pasamos prácticamente dos semanas que fueron las mejores de todo el viaje.
Ya sé que todos los blogs y todas las guías de viaje te van a recomendar que visites Santorini, pero mi experiencia difirió mucho de lo que todas esas guías recomiendan. En esta crónica te cuento por qué Santorini me decepcionó tanto, cosa que no ocurrió con Creta, destino este que está, sin duda, entre los mejores a los que he viajado.
Santorini: una isla tremendamente sobrevalorada y con una masificación turística de pesadilla
La llegada ya no hacía presagiar nada bueno: tras un confortable pero larguísimo viaje de 8 horas en ferry desde el puerto de El Pireo, llegamos al diminuto puerto viejo de Thira a la 1 de la madrugada y cogemos un coche de alquiler en una de las pocas agencias locales que operan a esas horas. El coche que nos dan es una chatarra que se cae a trozos y que no pasaría la ITV en España. La sensación es de estafa pero asumimos el error de no haber reservado antes un coche con una empresa decente. Cosas de viajar sobre la marcha sin planificar nada más allá de 48 horas.
Así que llegamos al alojamiento y nos vamos a dormir; mañana será otro día, pensamos. Lo cierto es que al día siguiente empezamos a explorar la isla y empiezan a acumularse los desencantos. Y es que todos tenemos esa imagen idílica de Santorini, la de sus casas blancas con tejados azules asomándose al mar. Tristemente, Santorini no tiene mucho más que ofrecer que esa postal: es una isla volcánica, sin apenas vegetación, dominada por un monótono color marrón y rojizo de la roca de la que está formada la isla.
El único lugar realmente interesante es la caldera de Santorini, no solo en cuanto a paisaje sino también en cuanto a su historia: un supervolcán entró en erupción y hundió media isla, dejando como resultado el enorme cráter que fue llenándose de agua y dándole a la isla esa característica forma de media luna. La erupción fue tan monumental que también se cree que fue la responsable de la caída de la civilización minoica de Creta, al provocar un tsunami que arrastró olas de más de 10 metros que anegaron los asentamientos costeros de Creta.
Alrededor de la caldera es donde se encuentran también las pocas poblaciones de interés: Oia y Thira (Fira). Desde aquí es donde se han tomado la mayoría de postales e imágenes que todos tenemos en la cabeza cuando nos hablan de Santorini, y por ello están también atestadas de gente. El problema es que son pueblos realmente pequeños, que no están preparados para la masificación turística que están sufriendo.
Así pues, la visita a Oia y Thira es, a partir de las 8 de la mañana y hasta el atardecer, un angustioso paseo entre hordas de turistas que intentan abrirse paso, a veces a codazos (literalmente) entre las colas que se forman de quienes esperan para poder hacerse una foto en los puntos más populares, como la capilla de San Nicolás, en Thira, o las tres cúpulas azules de Oia.
Bastante menos concurrida está Imerovigli, pueblo muy parecido a los otros dos aunque con menos spots fotográficos. Gracias a ello, como ya digo, atrae a menos gente y se puede pasear de forma más tranquila y relajada. De hecho, en Imerovigli pasamos mi amigo y yo la mejor de las tres noches en Santorini, primero viendo el atardecer con cuatro gatos desde una de sus terrazas, y después cenando en el restaurante Aegean, con unas magníficas vistas a la caldera de Santorini.
Aquel atardecer y cena en Imerovigli es de lo poco rescatable de Santorini, pues el resto de «atractivos» de la isla fueron francamente decepcionantes o esquivos con nosotros. Un ejemplo: la playa roja, colapsada de coches y con todos los parkings sin plazas libres más que en un par de ellos donde nos querían cobrar más de 20€ por un par de horas.
Más suerte tuvimos con la playa de Perivolos, menos popular, aunque al llegar supimos por qué: es una playa con mucha corriente y casi siempre con agua revuelta. A eso hay que sumarle el hecho que es una playa de piedras volcánicas, por lo que está lejos de ser un sitio idóneo para el baño. Al menos tuvimos otro buen momento en Perivolos, pues buscando un restaurante para comer dimos con la taberna de Dimitris, regentada por un hombre muy peculiar y simpático que nos dio material de sobras para todas las bromas y chascarrillos que hicimos el resto del viaje.
El bueno de Dimitris fue, además, de las pocas personas realmente amables que nos atendieron en la isla. Y es que ocurre en Santorini lo que suele ocurrir en lugares masificados por el turismo: quienes viven y trabajan allí están hartos de tanto turista, y transmiten esa amabilidad forzada de quien odia al turista pero al que no le queda más remedio que poner buena cara porque le va el sueldo en ello.
No hay mucho más que contar de Santorini. El faro de Akrotiri no tiene mayor interés que el de cualquier otro faro que hayas podido ver, y los restos arqueológicos cercanos son muy pequeños, caros (la entrada cuesta 12€) y probablemente con pocos interés si no te interesa la arqueología. Tampoco puedo rescatar la conocida noche de Santorini, que me pareció un horror y demasiado parecida a lo que puede ser una noche de verano en Salou.
Al menos tuvimos el consuelo de haber escogido bien el alojamiento, los apartamentos Roula Villa, con piscina, económicos, muy decentes por el precio y apartados de la marabunta. Su recepcionista fue también de lo más simpático que nos encontramos en la isla y nos hizo una recomendación que tendremos que agradecerle siempre: coger otro ferry e ir directamente a Creta. Le hicimos caso y tras solo tres días en Santorini pusimos rumbo a la más grande isla griega.
Creta, un paraíso en la tierra
Todo lo que nos decepcionó Santorini nos lo recompensó luego, con creces, Creta. Ni siquiera teníamos en mente visitarla durante nuestro viaje a Grecia, y sin embargo acabó siendo lo mejor del viaje.
Esta isla, conocida en la historia por ser la cuna de la primera civilización europea en la Edad del Cobre y del Bronce, es un resumen concentrado de lo mejor de Grecia: playas increíbles, comida deliciosa, un ambiente relajado que te contagia por completo y la gente más amable que he encontrado nunca. Este punto fue particularmente especial para mí: la amabilidad y el cariño de los cretenses con el turista es algo alucinante y totalmente lo contrario de lo que vivimos en Santorini.
Siendo la isla más grande de Grecia, Creta hay que recorrerla con coche de alquiler. Nosotros nos centramos sobre todo en la parte oeste de la isla, que es donde están la mayoría de sitios de interés. El ferry nos dejó en Heraklion, y desde allí pusimos rumbo oeste por la principal carretera cretense, haciendo parada en la ciudad de Rétino. Esta ciudad no suele venir destacada en las guías, pero nos pareció una ciudad preciosa, con un núcleo urbano de calles estrechas, repletas de restaurantes y comercios de artesanía y productos locales. Vale la pena parar, comer y echar un buen rato en esta ciudad.
Chania es muy similar a Rétino, aunque su núcleo urbano es más grande y más turístico. Aún así, en la ciudad se respira un ambiente muy relajado, con las terrazas repletas de gente tomando café durante el día y unas copas por la noche. El ambiente nocturno en Chania es, sin duda, el más bonito de toda Grecia, con clubes y bares nocturnos donde ponen buena música y donde te encuentras a gente joven en un ambiente distendido, pero nada de borracheras, drogas o fiestas desfasadas como las que vimos en Santorini.
Nos gustó tanto Chania que decidimos echar el ancla allí: primero, una noche en unos apartamentos en un pueblo cercano, y después 3 días en Villa Achilleas, una casa entera en el término de Kissamou, a 30 minutos en coche de Chania. Desde allí visitamos los principales puntos de interés de la zona oeste de Creta, como la playa de Balos, dos bahías separadas por un brazo de arena, con aguas cristalinas y poco profundas y, eso sí, muchísima gente. Aún así, nada que ver con la masificación de Santorini.
Otra playa espectacular es la de Elafonisi, en el extremo suroeste de Creta. Elafonisi es aún más bonita que Balos, y recibe menos gente. Como contrapartida, es una zona donde suele hacer mucho viento y con el agua más fría que en Balos. A pesar de estos dos factores, nos encantó Elafonisi y la recordamos como la playa más bonita de todo el viaje.
Pero el mejor recuerdo de Creta, y de todo el viaje por Grecia, llegó como suelen llegar estos momentos: de casualidad. La dueña de la Villa Achilleas nos avisó por WhatsApp que el restaurante Grambousa celebraba su 12º aniversario, y para celebrarlo ofrecían un buffet libre totalmente gratuito. La sorpresa fue al llegar allí al encontrarnos un fiestón por todo lo alto, con el restaurante a rebosar, música y bailes. Además, el buffet no era algo simple para salir del paso, sino comida típica cretense, elaborada y con platos de la misma carta del restaurante. Pasamos una noche inolvidable cenando una comida espectacular, cantando (o haciendo el intento) y bailando; el ambiente de aquella noche ejemplificó el espíritu de Creta, la amabilidad de sus gentes y esas ganas de disfrutar la vida que tiene la gente de Creta, espíritu que en muy pocos sitios he podido experimentar de una manera tan fuerte.
Tras 7 días en la zona oeste de Creta decidimos alargar otros 3 días la estancia en la isla, pero ahora poniendo rumbo este por la zona sur de la isla. El recorrido nos llevó primero a la impresionante garganta de Samaria, y luego visitando pueblos como Mátala, Myrtos y Ierapetra. Siendo totalmente franco, la zona sur palidece en belleza y encanto respecto a la zona norte y oeste, si bien el pueblo de Agios Nikolaos también merece la pena una visita. Se trata de un pueblo costero que tiene un lago de agua de mar, y alrededor de él se concentran un montón de bares y restaurantes. Uno de ellos el Karnagio, restaurante que recomiendo por la calidad de la comida, carta variada y precios muy razonables.
Agios Nikolaos fue el final de nuestra ruta por Creta y de nuestro viaje por Grecia. Al día siguiente nos dirigiríamos a Heraklion, desde donde cogeríamos un vuelo hacia Sofía para pasar cuatro días en la capital de Bulgaria, aprovechando que los vuelos de Grecia a Bulgaria son muy económicos. Habíamos pasado casi un mes en Grecia y Creta fue el colofón perfecto del viaje.