Santorini y Creta: de viaje por el mar Egeo

Dos semanas viajando a dos de las islas más famosas del Egeo.
Después de un maravilloso road trip por el interior de Grecia y el Peloponeso nuestros pasos se dirigían a las islas griegas. Del famoso puerto del Pireo partía el ferry que nos llevaba en primer lugar a Santorini, santo y seña del postureo instagramero por sus pueblos de pintorescas casas blancas con tejados azules edificados en acantilados que se asoman peligrosamente al mar. 

El reclamo de esa imagen de postal que todos buscan con anhelo hace de Santorini uno de esos lugares donde se pueden los peores efectos del turismo masivo: masificación, gentío allá donde vayas, precios abusivos y esa amabilidad forzada de trabajadores del sector que, en el trato con el cliente se puede apreciar que están hasta las narices del turismo de masas, pero a quienes no les queda más remedio que poner buena cara porque les va el sueldo en ello.

Santorini: una isla sobrevalorada y sobre-explotada por el turismo

Tras esta presentación puedes pensar que Santorini fue una decepción para mí y estás en lo cierto. A los defectos que te he mencionado, derivados de una explotación turística exhacerbada, se suma algo que en pocas guías veo mencionado: el valor paisajístico de la isla, que en mi opinión es escaso. Santorini es, básicamente, una isla rocosa sin vegetación -un secarral en toda regla- que ni siquiera compensa por sus playas.

Y es que estas son playas de arena volcánica, mucho más incómoda. Para más inri, las aguas de la isla, sobre todo en el norte y este, suelen estar bastante revueltas: las corrientes del mar Egeo en esta zona, más los vientos del norte (meltemi) en zonas expuestas del noreste, y los sedimentos procedentes de la actividad volcánica de la isla hacen que no sea raro encontrarse con condiciones poco aptas para el baño.

Vista desde Thira, en Santorini.
Uno de los pocos momentos en los que tuve algo de tranquilidad para sacar una foto decente en Thira.

El lugar más interesante de toda la isla es, sin ninguna duda, todo el que rodea a la caldera de Santorini. Y no solo en cuanto a paisaje sino también en cuanto a su historia: en tiempos pretéritos un supervolcán entró en erupción y hundió media isla, dejando como resultado el enorme cráter que fue llenándose de agua y dándole a la isla esa característica forma de media luna. La erupción fue tan monumental que también se cree que fue la responsable de la caída de la civilización minoica de Creta, al provocar un tsunami que arrastró olas de más de 10 metros que anegaron los asentamientos costeros de esa isla.

Alrededor de la caldera es donde se encuentran también las pocas poblaciones de interés: Oia y Thira (Fira). Es de estas poblaciones de donde han salido las estampas mil veces fotografiadas y que todos tenemos en la cabeza cuando nos hablan de Santorini. Lamentablmente, por este mismo motivo sus calles están atestadas de gente en verano, y caminar por ellas se hace insufrible, irritante y desagradable.

Aún así, es innegable la belleza de Oia y Thira, y aún con la marabunta de gente, el calor sofocante del mes de julio y las colas de posturetas y aspirantes a influencers para hacerse la foto en los spots más conocidos -como la capilla de San Nicolás, en Thira, o las tres cúpulas azules de Oia- basta con sacar la cámara y sacar buenas fotos casi sin proponértelo.

Vista de Imerovigli, al atardecer.
Imerovigli atrae a menos gente, pero es tan bonita como Oia y Thira.

El truco, como casi siempre, es evitar las horas punta del día. En concreto, a partir de media tarde los pueblos se van vaciando y las calles quedan algo más libres para caminar con más tranquilidad. Otro truco que nunca suele fallar cuando se viaja a sitios muy turísticos es buscar alternativas menos conocidas pero que, no en pocas ocasiones, brindan recompensas de igual o mayor calibre que los puntos más populares.

Estoy hablando de Imerovigli, pueblo muy, pero que muy parecido a Oia y Thira, pero con muchísima menos gente. Mi amigo Pablo y yo pasamos en Imerovigli dos tardes, y en el segundo día, la mejor de las tres noches que estuvimos en Santorini, primero fotografiando el atardecer, acompañados de cuatro gatos desde una de sus terrazas, y después cenando una comida estupenda en el restaurante Aegean, y con unas vistas preciosas de toda la caldera de Santorini.

Calles de Imerovigli.
Paseando en las calles de Imerovigli.

Aquella tarde y noche en Imerovigli fue lo mejor de nuestro paso por Santorini, pues el resto de «atractivos» de la isla fueron francamente decepcionantes o esquivos con nosotros. Un ejemplo: la playa roja, colapsada de coches y con todos los parkings sin plazas libres. Las únicas plazas libres estaban en un parking donde nos querían cobrar 20€ por estacionar un par de horas, cosa a la que nos negamos en rotundo. Viendo el lío monumental que hay armado para el acceso, decidimos olvidarnos de la playa roja.

Más suerte tuvimos con la playa de Perivolos, menos popular que la playa roja, aunque al llegar supimos por qué: es una playa sin arena, de roca volcánica, y también con mucha corriente, con aguas casi siempre revueltas. El baño y la visita hubiese estado lejos de ser memorable de no ser por la comida en la taberna de Dimitris, lugar donde, aparte de comer bien, disfrutamos de una charla agradable y distendida con el propio Dimitris, un hombre muy peculiar y simpático que nos dio material de sobras para todas las bromas y chascarrillos que hicimos durante el resto del viaje.

No tengo mucho más que contar de Santorini. El faro de Akrotiri, mencionado en todas las guías de viaje, no tiene mayor interés que el de cualquier otro faro del Mediterraneo que hayas podido ver. Cerca hay unos restos arqueológicos muy pequeños, caros (la entrada cuesta 12€) y, francamente, con nulo interés si no eres apasionado de la arqueología.

Santorini es también famosa por su noche, aunque nuevamente esto resultó decepcionante: discotecas y chiringuitos con música horripilante y guiris borrachos de todo tipo de rasgos y nacionalidades. No hay mucha diferencia con lo que puede ser una noche de verano en Salou.

Panorámica de la caldera de Santorini al atardecer, desde Imerovigli.
Precioso atardecer en Imerovigli, con parte de la caldera de Santorini.

Dentro de la decepción generalizada, creo que acertamos de pleno con los alojamientos. Pasamos una primera noche en el Marousi Rooms, hotelito limpio, cómodo y de buena relación calidad-precio. Aún así, y viendo la poca suerte que tuvimos con las playas, quisimos reservar las otras dos noches en un hotel con piscina.

Los apartamentos Roula Villa fueron aún mejor: con piscina, muy económicos, muy decentes por el precio y -más importante para nosotros- apartados de la marabunta. Como ves, en Booking tienen una puntuación muy alta, y creo que es de justicia. Además de todo lo dicho, su recepcionista fue también de lo más simpático que nos encontramos en la isla y nos hizo una recomendación que tendremos que agradecerle siempre: coger otro ferry, prescindir de Mykonos e ir sin más dilación a Creta.

Seguir su consejo nos brindó los mejores días de todo nuestro viaje por Grecia.

Creta, lo más cerca que hay de un paraíso en la tierra

Todo lo que nos resultó decepcionante en Santorini nos lo recompensó luego con creces Creta. Ni siquiera teníamos pensado previamente ir allí, y sin embargo acabó siendo lo mejor de todo el viaje.

Conocida en la historia por ser la cuna de la primera civilización europea en la Edad del Cobre y del Bronce, Creta es un resumen concentrado de lo mejor de Grecia: playas increíbles, comida deliciosa, un ambiente relajado que te contagia por completo y la gente más amable que he encontrado nunca. Este punto fue particularmente especial para mí: la amabilidad y el cariño de los cretenses con el turista es algo alucinante, verdaderamente llamativo. Además no fue solo cosa mía: después he hablado con gente que ha viajado a Creta y todos coinciden en remarcar la simpatía y amabilidad de los cretenses.

Siendo la isla más grande de Grecia, Creta hay que recorrerla con coche de alquiler. Nosotros nos centramos sobre todo en la parte oeste de la isla, que es donde están la mayoría de sitios de interés. El ferry nos dejó en Heraklion, y tras una primera noche para descansar en los Mediterranea Apartments (buen hotel, recomendable) desde allí pusimos rumbo oeste por la autovía que atraviesa todo el norte de Creta de este a oeste, haciendo parada en la ciudad de Rétino (Réthymno).

Calles de Rétino.
El núcleo histórico de Rétino es bellísimo, muy agradable para el paseo.

Rétino no suele venir tan recomendada en las guías como Heraklion o Chania, cosa que me sorprendió, pues a nosotros nos pareció una ciudad preciosa, con un núcleo urbano de calles estrechas, repletas de restaurantes y comercios de artesanía y productos locales en las que es un auténtico gustazo pasear. Es un sitio para estarse un día, parando con tranquilidad y comiendo en alguno de sus muchos restaurantes.

Chania es muy similar a Rétino, aunque su núcleo urbano es más grande y más turístico. Aún así, en la ciudad se respira un ambiente muy relajado, con las terrazas repletas de gente tomando café durante el día y unas copas por la noche. El ambiente nocturno en Chania es, sin duda, el más bonito de toda Grecia, con clubes y bares nocturnos donde ponen buena música y donde te encuentras a gente joven en un ambiente distendido, pero nada de borracheras, drogas o fiestas desfasadas como las que vimos en Santorini.

Nos gustó tanto Chania que decidimos echar el ancla allí: primero, una noche en unos apartamentos en un pueblo cercano, y después 3 días en Villa Achilleas, una casa entera en el término de Kissamou, a 30 minutos en coche de Chania. Desde allí visitamos los principales puntos de interés de la zona oeste de Creta, como la playa de Balos, dos bahías separadas por un brazo de arena, con aguas cristalinas y poco profundas y, eso sí, muchísima gente. Aún así, nada que ver con la masificación de Santorini.

Playa de Balos, Creta.
La playa de Balos, en el extremo noroeste de Creta, es una de las más populares de la isla.

Otra playa espectacular es la de Elafonisi, en el extremo suroeste de Creta. Paticularmente, Elafonisi me parece más bonita que Balos, y recibe menos gente. Como contrapartida, es una zona donde suele hacer mucho viento y con el agua más fría que en Balos. A pesar de estos dos factores, nos encantó Elafonisi y echamos una buena tarde, no solo en la playa sino en los alrededores.

El mejor recuerdo de Creta, y de todo el viaje por Grecia, llegó como suelen llegar estos momentos: de casualidad. La dueña de la Villa Achilleas nos avisó por WhatsApp que el restaurante Grambousa celebraba su 12º aniversario, y lo hacían ofreciendo un buffet libre totalmente gratuito para cualquier persona.

La sorpresa fue al llegar allí, al encontrarnos un fiestón por todo lo alto, con el restaurante a rebosar de locales, música típica y bailes. Además, el buffet no era algo sencillo para salir del paso, sino comida típica cretense, muy elaborada, con platos de la misma carta del restaurante. Pasamos una noche inolvidable cenando una comida espectacular, cantando (o haciendo el intento) y bailando; el ambiente de aquella noche ejemplificó el espíritu de Creta, la amabilidad de sus gentes y esas ganas de disfrutar la vida que tiene la gente de Creta, espíritu que en muy pocos sitios he podido experimentar de una manera tan fuerte.

Entorno de la playa de Elafonisi.
Entorno de la playa de Elafonisi.

Tras 7 días en la zona oeste de Creta decidimos alargar otros 3 días la estancia en la isla, pero ahora poniendo rumbo este por la zona sur de la isla. El recorrido nos llevó primero a la impresionante garganta de Samaria, para luego ir visitando pueblos como Mátala, Ierapetra o Myrtos, donde hicimos noche en otro hotel de fantástica relación calidad-precio -hecho recurrente en toda Creta- el Sarikampos Beach.

Siendo totalmente franco, la zona sur palidece en belleza y encanto respecto a la zona norte y oeste. Hay una excepción: el pueblo de Agios Nikolaos, que bien merece la pena una visita. Se trata de un pueblo costero con un curioso y bonito lago de agua de mar; alrededor de él se concentran un montón de bares y restaurantes donde, como es habitual en Creta, se come escandalosamente bien por poco dinero. Uno de ellos el Karnagio, donde comimos ese mediodía.

Agios Nikolaos.
Preciosa postal del lago de Agios Nikolaos, en una foto de Tobias Reich para Unsplash.

Esa última noche en Agios Nikolaos la pasamos en el Bayview Apartments. Al día siguiente nos dirigiríamos a Heraklion, desde donde cogeríamos un vuelo hacia Sofía para pasar cuatro días en la capital de Bulgaria, aprovechando que los vuelos de Grecia a Bulgaria son muy económicos. Habíamos pasado casi un mes en Grecia, y Creta fue el colofón perfecto del viaje.

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