Road trip Costa Oeste:12 días recorriendo en solitario la meseta del Colorado

En octubre de 2023 cumplí uno de mis sueños de infancia: recorrer parte de la costa oeste de Estados Unidos y ver por primera vez el Gran Cañón, lugar que llevaba queriendo visitar desde que tengo uso de razón.

Fue un road trip en solitario, que me llevó por prácticamente 3.000 kilómetros a través de algunas ciudades míticas y algunos de los paisajes más increíbles del mundo. Sin embargo, no fue un viaje tan completo como habría deseado: Death Valley se encontraba cerrado al público por las inundaciones que sufrió en Agosto de 2023 por culpa del huracán Hillary. Y la carretera Highway 1, la famosa carretera que conecta Los Angeles y San Francisco bordeando la costa del Pacífico, estaba también cortada por desprendimientos.

La planificación del viaje se vio condicionada por esto. Decido entonces centrarme más en los parques nacionales de lo que se conoce como Colorado Plateau (meseta del Colorado) dejando para otro futuro viaje la visita a Yosemite, Death Valley y el recorrido por la Highway 1. Al final, la ruta queda así: partiendo de San Francisco, viajaría a Bryce Canyon y Zion haciendo una breve parada por Las Vegas, visitaría tanto el North Rim como el South Rim del Gran Cañón, haría un pequeño desvío a Monument Valley, y de allí conduciría hasta Los Angeles, fin de la ruta.

Primeros días: San Francisco, Bakersfield, Las Vegas, Boulder City

El vuelo desde Barcelona llega a San Francisco a las 16.00, y entre el trámite migratorio y el traslado desde el aeropuerto llego reventado a la ciudad californiana y sin tiempo de mucho, más que para dar una vuelta y conocer un poco el barrio del hostel donde me hospedo, el Chapter San Francisco.

Al día siguiente recorro San Francisco en 24 horas: Chinatown, Union Square, Fisherman’s Warf, el Golden Gate y por último las Painted Ladies. San Francisco es una de las ciudades con más historia y vida cultural de USA y con muchos atractivos, aunque el gravísimo problema que sufre a día de hoy con los homeless hace que a día de hoy no sea una ciudad agradable para el turista.

El día tampoco acompaña, y aunque amanece un día soleado con algunas nubes, acaba volviéndose un día gris y frío -algo habitual en San Francisco- y mi visita al Golden Gate coincide con el peor momento, cuando arrecia el viento.

Alcatraz, los barrios de Mission District y Castro, o Muir Woods, al norte de la ciudad, son la elección obvia para quien pase dos días en San Francisco. Yo me levanto al día siguiente para coger el coche que tengo alquilado en una oficina de Avis y me pongo en ruta rumbo a Bakersfield, cruzando prácticamente todo el estado de California.

El trayecto no tiene nada especial, aunque me sirve para hacerme con la conducción automática y para percatarme que conducir en Estados Unidos es otro rollo, mucho más cómodo y seguro que conducir en Europa. Duermo esa noche en el My Oasis, un habitación instalada en una garaje, con una decoración muy a la americana, que me llama la atención y que tiene muy buena puntuación en Booking. Efectivamente, el alojamiento es de lo más particular, y la dueña, un encanto.

Me lanzo nuevamente a la carretera en dirección Las Vegas. El paisaje va ganando interés, con el desierto ganando terreno progresivamente conforme te vas a acercando a Nevada. Una vez pasado Barstow empieza el desierto de Mojave y se empiezan a ver los primeros árboles de Josué (los que dieron nombre al grandísimo álbum The Joshua Tree de U2). Cerquita de Barstow paro en el famoso -y turístico- Peggy Sue’s 50’s Diner, restaurante pintoresco con un menú típico americano.

Ya por la tarde llego a Las Vegas y hago un primer intento por ver algo de la ciudad, pero hay un caos de tráfico tremendo y desisto con la idea de volver a intentarlo al día siguiente. Me dirijo a Boulder City, donde haré noche en el Sand’s Motel, motel de carretera típicamente americano, en el que dejas el coche aparcado en la puerta de la habitación. Cómodo, barato, dueños nuevamente muy amables.

Me llamó la atención el letrero del motel donde me alojaba, tenuemente iluminado por la luz del atardecer.

Boulder City es un precioso pueblo cercano a Las Vegas, muy tranquilo, agradable de pasear, con cafeterías y bares modernos pero con una vida apacible y tranquila. Desayuno en la fantástica cafetería-librería Dam Roast House y cojo el coche para una segunda intentona en Las Vegas. Esta vez hay menos tráfico, pero todo lo demás no puede ser todo más decepcionante: el strip, esa famosa avenida mil veces vista en series, películas y fotos, no es más que una estrechísima acera con casinos, tiendas y bares de comida rápida. El interés que esto pueda tener lo dejo a criterio de cada uno, pero para mí no tiene ninguno.

Entro al menos en un casino, el Venetian, para poder decir que he estado aquí. Veo la reconstrucción de los canales de Venecia y entro en él. Todo es decadente, mediocre, de un gusto nulo. Tristísimo ver a tanta gente pasando sus vacaciones enganchada a máquinas tragaperras. Las Vegas es lo peor de todo mi viaje, una parada totalmente prescindible que, con gusto, habría cambiado por hacer cualquier otra cosa.

Ya he tenido suficiente: pongo tierra de por medio y con el coche vuelvo a Boulder; aún me falta por visitar la presa Hoover. Desde luego no he estado muy atinado este día, porque llego a eso de las 12 y ya aprieta un calor insoportable. Hay también una legión de turistas, y la presa, siendo sinceros, tampoco impresiona tanto. Nuevamente tengo la sensación de estar desaprovechando el día.

Como en The Dillinger, fantástico restaurante de comida americana bastante popular en Boulder, y entro en el Boulder Dam Hotel, hotel edificado en 1933 para alojar a parte de los obreros que trabajaron en la construcción de la presa. Aquí se puede dormir -tiene muy buenas valoraciones- pero lo realmente interesante es que alberga en su interior una exposición sobre la construcción de la presa y la vida de los obreros durante aquellos años. Muy recomendable, casi más que la propia presa en sí. Cojo el coche de nuevo y me pongo en ruta hacia St George, ya en Utah, donde ahí ya sí empieza lo bueno del road trip.

Bryce Canyon, Zion, Grand Canyon North Rim

En St. George duermo en el America’s Best Inn & Suites Saint George, un motel baratito y más que decente. Estoy ya en el cuarto día de viaje y el plan es visitar el primero de los parques nacionales: Bryce Canyon. El trayecto por carretera desde St George hacia Bryce Canyon me suma en un estado de alucine: la ruta 14, entre Cedar City y Hatch, es uno de los recorridos por carretera más bonitos que he visto en mi vida. La reserva forestal de Cedar Canyon, por donde pasa la carretera, es de una belleza insólita, algo totalmente inesperado.

Bryce Canyon es verdaderamente bello, sorprendente, singular.

El estado de asombro continua al llegar a Bryce Canyon. Por mucho que haya leído maravillas y visto fotos de este Parque Nacional de Utah, la belleza del lugar es mucho más grande cuando lo ves en persona. Bryce Canyon es realmente un sitio singular y único, y lo bueno es que es un parque nacional relativamente pequeño que puede ser visitado sin prisas en una jornada, en la que tienes tiempo de caminar el sendero Navajo Loop, que baja hasta la base de las «chimeneas» y por el interior del cañón para verlas muy de cerca. Por la tarde recorro con el coche los numerosísimos miradores que hay en la carretera que resigue el borde norte.

Por la tarde voy de Bryce Canyon a Kanab. Voy a quedarme en esta pequeña localidad que está prácticamente fronteriza entre Utah y Arizona, como base para visitar Zion y el North Rim del Gran Cañón. Me alojo en Burro Flats High Desert Lodge y no puedo escoger mejor: los propietarios son un matrimonio increíblemente amable que vive en la planta baja de una enorme mansión, con habitaciones muy cómodas de curiosa decoración, una cocina gigante y equipada con todo lo que necesitas, un fantástico porche donde sentarse a tomar un café y un fantástico ambiente con todos los huéspedes.

Si Bryce Canyon puede visitarse en un día, no puede decirse lo mismo de Zion, el Parque Nacional más popular de Utah, y cuando uno lo visita entiende perfectamente por qué. Zion fue la mayor sorpresa de mi viaje, porque no esperaba algo como lo que vi. Zion es un sitio monumental, con muchos rincones por descubrir, y al que vale la pena dedicarle, mínimo, dos días. Te cuento en este otro artículo cuál sería mi plan ideal si volviera algún día a Zion -que volveré- y ese plan incluye hikes tan populares como The Narrows, Angel’s Landing o la mejor alternativa a este, Observation Point.

En mi caso, por falta de previsión y por algo de mala suerte me quedé sin poder hacer Angel’s Landing -es un trekking tan popular que requiere un permiso que se sortea a diario- y tampoco planifiqué con tiempo The Narrows. No poder haber hecho ninguno de los dos es una de las mayores faltas de mi viaje, y son ya dos espinitas que se me han quedado clavadas. Si eres amante de la aventura, te aconsejo fervientemente que planifiques bien ambas actividades para poder llevarlas a cabo.

Vista desde Canyon Overlook, en Zion
La vista desde Canyon Overlook es increíble.

Y aún así, el recuerdo que me llevo de Zion es increíble. La vista que se tiene desde Canyon Overlook es una completa locura teniendo en cuenta lo accesible que es, y el paisaje al atardecer desde Canyon Junction Bridge me regaló una de las mejores fotos de mi viaje. La carretera de Mount Carmel, en el sector este del parque, transita también por uno de los paisajes más alucinantes que he tenido ocasión de ver. En general, Zion es un festín para la vista y para la cámara, así que no me sorprende ver a fotógrafos organizando sesiones para bodas o cargando con sus trípodes por los senderos para sacar fotos del lugar.

Al sexto día toca ya -por fin- visitar el Gran Cañón. Empiezo por el North Rim, menos popular, menos frecuentado y más aislado que el South Rim, pero no tengo nada claro que sea menos recomendable. Me levanto este día a las 4 AM para poder presenciar y fotografiar el amanecer en uno de los miradores que más se suelen recomendar para fotografiar el Gran Cañón: Bright Angel Point, accesible a través de un sendero corto que parte al lado del centro de visitantes. En efecto, es un mirador espectacular, aunque tengo un pelín de mala suerte: se están haciendo quemas controladas en la zona y hay una neblina provocada por el humo que vela el horizonte.

Eso no impide que se me salten las lágrimas de emoción: el momento en el que veo por primera vez el Gran Cañón es un momento que me llevo a la tumba, y verlo además con las primeras luces del alba, una experiencia mística, alucinatoria. Veo confirmadas, además, mis sospechas: el Gran Cañón no solo no va a defraudarme, sino que va a exceder mis expectativas. Es un lugar realmente sobrecogedor, hermoso, salvaje, infinito. Echo a volar la imaginación intentando adivinar qué se les pasó por la cabeza a los hombres de la expedición de Francisco Vázquez de Coronado al llegar a este lugar, esculpido en la roca por la eternidad, y se me ponen los pelos de punta solo de pensarlo.

Glorioso amanecer desde Bright Angel Point, en el borde norte del Gran Cañón.

Después de echar mil fotos y pellizcarme para confirmar que lo que ven mis ojos es real, emprendo el camino hacia el North Kaibab Trail, el único sendero mantenido del North Rim, y que desciende hacia el río Colorado a través del cañón Roaring Springs, salvando un desnivel de casi 2.000 metros y 23 km de distancia hasta Phantom Ranch, punto en el que conecta con el South Kaibab y el Bright Angel Trail, los senderos que suben al South Rim y que yo recorreré dentro de unos días.

El North Rim es más fresco, con más sombra, más vegetación y más húmedo, lo que supone un fantástico contrapunto al desértico South Rim. Parece mentira que en tan pocos kilómetros de distancia cohabiten dos microclimas tan distintos, pero esto forma parte de la grandeza del Gran Cañón. Yo detengo la marcha en Manzanita Rest, donde almuerzo y doy media vuelta. El trekking es muy bestia; muy, pero que muy exigente, sobre todo la vuelta, ya que contrariamente a lo que ocurre en un trekking de montaña, aquí la vuelta hay que hacerlo ascendiendo.

Llego de nuevo al centro de visitantes del North Rim a eso de las 15.00 y, aunque cansado, me dispongo a recorrer la carretera escénica hacia Cape Royal, con varios miradores y puntos fotográficos que -según muchos- están entre los mejores de todo el Gran Cañón. Lamentablemente la carretera se encuentra cortada por el mismo humo que por la mañana me impedía disfrutar de la vista en toda su plenitud.

Así que regreso a mi alojamiento en Kanab, y disfruto nuevamente de un trayecto por carretera absolutamente espectacular. No lo pude apreciar al venir por la mañana ya que era aún de noche, pero ahora me doy cuenta que la reserva forestal de Kaibab, por donde pasa la carretera que accede al North Rim, es también de una belleza superlativa. Me encuentro hasta con manadas de bisontes al lado de la carretera, y la sensación de estar dentro de un western es total.

La vista desde Toroweap es, seguramente, la más dramática de todo el Gran Cañón.

El North Rim esconde otro sitio espectacular, aunque mucho más recóndito. Es el mirador de Toroweap, lugar que tengo entre ceja y ceja desde que vi una foto en un reportaje de National Geographic Viajes. Toroweap es el lugar desde donde se tiene la mayor caída vertical -casi 1.000 metros de altura- al río Colorado. La singularidad de Toroweap también tiene que ver con su acceso, que es a través de una pista de tierra con algunos tramos muy complicados, que obligan a llevar un 4×4 o todoterreno para conducir el último tramo, donde la pista se convierte en un paso rocoso, imposible para turismos.

Es factible llegar con un SUV, dejar el coche aparcado en una explanada poco después de la casa del ranger que controla el acceso, y caminar ese último tramo. Aún así, lo aislado del lugar, sin prácticamente cobertura en la mayor parte del recorrido, hacen extremadamente aconsejable ir preparado, con rueda de repuesto y bien aprovisionado de alimento y agua, porque las posibilidades de quedarte tirado, y que pasen varias horas sin cruzarte con nadie en el camino que pueda echarte una mano, son muy altas. Los rangers avisan: el coste de ser remolcado aquí asciende a 3.000$, así que no es ninguna broma.

¿Merece la pena tanto riesgo? Sin ninguna duda. Recuerdo el día de Toroweap como una de las jornadas de aventura más increíbles de mi vida, no solo por la espectacularidad de las vistas que se tienen al llegar a Toroweap, sino incluso por las horas de conducción en casi total aislamiento y soledad a través de un terreno dejado de la mano de Dios. No obstante, creo que el auténtico plan que merece la pena hacer en Toroweap es venir aquí a pasar la noche en tienda de campaña -requiere permiso- para poder fotografiar al atardecer y al amanecer. Otra espinita que queda clavada para un futuro plan, cuando vuelva por aquí.

Monument Valley, Grand Canyon South Rim, Los Angeles

Tras unos días haciendo base en Kanab me desplazo a Page. Aquí me alojaré dos noches en el Red Rock Motel, y la idea es hacer un pequeño desvío para ir a Monument Valley, conocido por sus famosos «mittens» que han servido de fondo para numerosas películas, algunas de ellas entre mis favoritas de todos los tiempos, como Stagecoach (La Diligencia) de John Ford, o 2001 de Stanley Kubrick.

Mittens en Monument Valley
Dos de los mittens que han hecho famoso a Monument Valley.

Aunque no es un parque nacional -es una reserva india gestionada por los navajos- es casi como lo fuera: Monument Valley atrae a una multitud ingente de turistas, y todo ello a pesar que la visita es bastante peculiar: la Scenic Loop Road que recorre el parque es un camino de tierra polvoriento que, pese a ser transitable por turismos, tiene tramos complicados que hacen desaconsejable traer aquí un coche de alquiler. Esta es una de las muchas razones por las que se aconseja alquilar, mínimo, un SUV, para hacer un road trip por la costa oeste.

Ciertamente, Monument Valley es un lugar fotogénico que vale la pena visitar, pero siendo totalmente honesto he de confesar que me sabe a poco, sobre todo comparado con todo lo que he visto hasta el momento. A lo largo de la Scenic Loop Road hay múltiples miradores desde donde poder fotografiar los fotogénicos mittens; el más famoso es el John Ford Point, donde hay organizada la turistada de fotografiar (previo pago) a un tipo haciendo de cowboy para tener tu propia postal de uno de los sitios más icónicos del oeste americano. Pero al igual que con Toroweap, tengo la sensación que Monument Valley debe ser mucho más espectacular -y más desde el punto de vista de un fotógrafo- al atardecer, momento en el que la luz del ocaso baña lateralmente los mittens, dejando estampas como estas. Me marcho con la sensación que habría sido una buena idea hacer el Sunset Tour con los indios navajos.

La mejor panorámica de Monument Valley es desde el punto Forrest Gump.

Debo conformarme con fotografiar el atardecer en el mirador Forrest Gump, punto donde se rodó la famosa escena en la que Forrest se detiene después de correr durante 1170 días y 16 horas por todo Estados Unidos. Había estado aquí ya por la mañana, justo antes de entrar al parque, y pensé que habría una buena vista de los mittens al atardecer. Lo mismo que pensé yo lo pensaron decenas de turistas -algunos bastante incautos, por cierto- que empiezan a llegar a este sitio desde primeras horas de la tarde para coger sitio y estar preparados para fotografiar el momento.

Vista de Horseshoe Bend

Hago otra noche en Page y al día siguiente me pongo en ruta al South Rim, haciendo antes una parada en Horseshoe Bend, donde tengo poco tiempo para echar un par de fotos, antes que despejen la zona para que aterrice un helicóptero de salvamento que ha de rescatar a un excursionista que ha sufrido un accidente en alguna parte del cañón.

Aquí cerca está también Antelope Canyon, aunque es un lugar masificado, atestado de turistas, y con unos precios abusivos para la visita, y no son pocos quienes ya desaconsejan este tour. En la zona hay otros tours para visitar otros cañones de ranura similares y menos frecuentados, pero no he resrvado ninguno de ellos y, en cualquier caso, mi interés está puesto en visitar ahora el borde sur (South Rim) del Gran Cañón.

Desde Page, poco después del pequeño poblado indio de Cameron, hay un desvío hacia la Desert View, que se adentra por el sector este del South Rim, recorriendo multitud de miradores con vistas fantásticas del Gran Cañón. Esta es la única carretera en la que se puede circular por libre dentro del parque nacional, así que no es de extrañar las multitudes de turistas que te encuentras en cada uno de los miradores. Me lo tomo con calma para llegar al atardecer a Shoshone Point, desde donde hay una -dicen- de las mejores vistas en este momento del día. No se equivocan: la vista es tremenda.

Duermo en el Motel 6 de Williams; un motel, económico, decente pero cómodo, sin alardes. Al día siguiente tengo por delante EL TREKKING del viaje: una semi-circular descendiendo el South Kaibab Trail hasta el mismo río Colorado, y volver a ascender pero por el Bright Angel Trail. La ruta es tremendamente exigente, afrontable solo para quienes están en forma y acostumbrados a caminar largas distancias por la montaña.

Shoshone Point es uno de los mejores miradores del Gran Cañón y, curiosamente, uno de los menos conocidos.

Leí en su día que está considerado uno de los mejores trekkings del mundo y estoy seguro que no exageran: es un trekking absolutamente increíble que todo amante de la aventura debería hacer al menos una vez en su vida. Recuerdo la sensación, descendiendo el South Kaibab a la altura de Tonto Plateau, de ser absorbido por las paredes del cañón, de estar siendo fundido, pasando a formar parte del mismo. Es una sensación de empequeñecimiento, de no ser capaz de creerte lo que estás viendo.

El paisaje y las vistas son, en todo momento, portentosas. La inmensidad del Gran Cañón es inabarcable; intentar comprender su escala, imposible. Mires donde mires solo se ven enormes cañones que serpentean el horizonte, durante cientos de kilómetros. Es un monumento natural delirante, y aunque suena a tópico, realmente hay que estar aquí, verlo en vivo, para saber lo que es esto. Ninguna foto, por buena que sea, capta ni un 10% de la vastedad que impone el Gran Cañón a quien lo visita. Es una cosa de locos.

La cantidad de contrastes y juegos de luz que regala el Gran Cañón es un festín para el fotógrafo.

Con las rodillas destrozadas, pero inmensamente feliz, vuelvo a hacer noche en Williams. Al día siguiente me toca el mayor tramo de carretera de todo el viaje: de Williams a Los Angeles, donde devuelvo el coche de alquiler. El road trip llega a su fin pero aún queda día y medio en la ciudad de los sueños. Me alojo en el fantástico -pero caro- STAY OPEN Venice Beach y aprovecho para dar una vuelta por Venice esa tarde. En ese momento ya advierto que Los Angeles va a gustarme más que San Francisco.

Al día siguiente desayuno en una de las muchas coffee shops que hay entre Venice y Oakwood. Luce un sol radiante y la temperatura es idónea para patear la ciudad, y vaya si lo hice. A diferencia de San Francisco, ciudad más pequeña y cuyos principales atractivos están muy cerca los unos de los otros, Los Angeles es una megaurbe con enormes distancias entre sus principales puntos turísticos, tanta que obliga a tomar el transporte público o a circular en coche, aunque es mucho más recomendable lo primero.

La vista de la ciudad desde el Observatorio Griffith es magnífica.

Por suerte, la red de transporte es moderna y eficiente. Por la maána voy al muelle de Santa Mónica, y luego me desplazo en metro al paseo de la fama, donde también me acerco al cartel de Hollywood y, por último, el observatorio Griffith, con una fantástica vista de Los Angeles que supuso el broche final a mi viaje por la costa oeste, justo antes de volver al hostel para descansar. Bien temprano tomaría al día siguiente un vuelo rumbo a Mexico y daría por finalizado mi viaje por Estados Unidos.

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